EL DIÁLOGO DEL VIONILISTA
Vestido con un elegante traje de chaqué e iluminado por una suave luz que parece emanar de él, camina con paso firme hacia su silla. El público espera silencioso y expectante; el hombre toma entre sus manos el preciado instrumento y en un momento, comienza con infinito amor, a tocar.
Una sombra cubre sus ojos aumentando la sensación de irrealidad; la coordinación entre músico e instrumento es tan fuerte que por momentos la unión es perfecta. Sólo un cuerpo; mitad vida, mitad embrujo.
Vestido con un elegante traje de chaqué e iluminado por una suave luz que parece emanar de él, camina con paso firme hacia su silla. El público espera silencioso y expectante; el hombre toma entre sus manos el preciado instrumento y en un momento, comienza con infinito amor, a tocar.
Una sombra cubre sus ojos aumentando la sensación de irrealidad; la coordinación entre músico e instrumento es tan fuerte que por momentos la unión es perfecta. Sólo un cuerpo; mitad vida, mitad embrujo.
La música del violín se eleva fastuosa y el aire parece estremecerse por un segundo, mientras busca acoplarse a la melodía. Un sonido envolvente, casi hipnótico se escurre hacia las butacas de las primeras filas. La melodía se vuelve dulce, tormentosa, alegre, triste, embriagadora... a medida que la magia de los pentagramas se descubre. El alma del violinista se descarga como una lluvia de reflejos por las finas y tensas cuerdas y atraviesa cual saeta las otras almas que escuchan subyugadas, despojadas en cada acorde, con la más perfecta de las técnicas. Los balanceos de la música se convierten en razones de vida y amores perdidos, en melancólicos llantos y abrasadores odios, en circunstancias infantiles y en motivos hallados, en recuerdos pasados e imágenes eventuales.
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