Dicen que solos llegamos y solos nos vamos… pero esa es solo una verdad a medias. Nadie que haya amado de verdad, que haya compartido su risa, su tiempo o su alma, se va completamente solo. Porque la vida, aunque efímera, nos va llenando de fragmentos de otros: de sus voces, de sus gestos, de esas miradas que alguna vez nos hicieron sentir vivos.
Nos vamos cargados de historias, de momentos que nos estremecieron, de personas que dejaron huellas profundas, aunque ya no estén. Nos llevamos el eco de las risas compartidas en días
felices, los abrazos que nos sostuvieron cuando creímos que todo se derrumbaba, y los silencios que dijeron más que mil palabras.
Nos vamos con la piel marcada por los lugares que tocamos, por los amores que nos hicieron florecer y también por los que nos hicieron llorar. Porque incluso el dolor forma parte de ese equipaje invisible que llevamos al final del
camino.
Y es cierto: un pedazo de quienes nos amaron también se marcha con nosotros. Pero también dejamos partes nuestras en ellos, pequeñas luces que seguirán brillando en su memoria, en una canción, en una
fotografía, en un aroma que recuerde lo que fuimos.
Nadie se va del todo. Vivimos y morimos entrelazados, en los recuerdos de los demás, en lo que sembramos sin darnos cuenta. Porque al final, no se trata de irse solo… se trata de haber vivido lo suficiente para que tu ausencia tenga nombre, y tu memoria, un lugar donde quedarse