La música del violín se eleva fastuosa y el aire parece estremecerse por un segundo, mientras busca acoplarse a la melodía. Un sonido envolvente, casi hipnótico se escurre hacia las butacas de las primeras filas. La melodía se vuelve dulce, tormentosa, alegre, triste, embriagadora... a medida que la magia de los pentagramas se descubre. El alma del violinista se descarga como una lluvia de reflejos por las finas y tensas cuerdas y atraviesa cual saeta las otras almas que escuchan subyugadas, despojadas
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La alabada pareja concentra todo su ímpetu en el vaivén de quimeras surrealistas. El futuro deja de ser incierto y la muerte una amenaza, las palabras cogen todo su significado, y las promesas se cumplen, los poetas vuelven de la muerte y en el lienzo, es posible al fin, el
atardecer perfecto.
El tiempo detiene su eterna marcha, acalla los tic-tac de los
relojes, pierde unos segundos, y alarga otros, suspira por la vida que se escapa, se evade, desaparece, con suavidad, con lentitud, con armonía.