Aunque hay también que imaginar que el evidente
intento de homicidio que subyace
tras todo proyecto de escritura
pueda en protagonistas de una mala cinta convertirnos
y conseguir así que al lugar del crimen
volvamos algún día.
Porque, poeta desusado y para un tiempo
de estupidez tan manifiesta, ¿qué tierra
va a serte ya habitable
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El final anterior no sólo es un final previsible
y hasta apto para sacudirse con tópica
decencia cualquier libro sino que es
probablemente también el que prefieran
y acaso el que por muchas veces yo aún tenga
que sentir y sienta. Aunque ahora sólo
sé que llevo pantanosos tiempos dándome
en los dientes con el canto del silencio,
y vivir no es sino un abandonado ejercicio
de extrañeza. Porque el día en que me dieron
mi destino comprendí
que mi destino había sido siempre
el no tenerlo; que en realidad
yo no quería escribir, que lo que de verdad hubiera deseado
era más que tanto amor
no nos hubiera llevado nunca a tanto daño
y más generalmente que por eso
y otras cosas me hubiera sido
un poco más feliz y más fácil esta vida;
que yo no quería, no, que yo querría
no haber tenido nunca que escribir
ni que absurdamente arañar cada noche en el papel
un resbaladizo lugar donde vivir, o un lugar, mejor,
para despedir, un ridículo y frágil trampolín
desde donde hasta remansarse lanzar la ira
y poder así acumular en el corazón de nuevo
el apagado valor, la resignación tenaz que se precisa
para encararse y decidirse otra vez a soportar
los mediocres e impuestos infiernos de los días.
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