¡Qué sensata la persona que usa su dinero, poco o mucho, para apuntalar cada día un poco más la bandera de su libertad! ¡Qué afortunado aquél a quien su dinero le permite seguir el rumbo de su más profunda vocación, sin que la incomprensión o la mediocridad de nadie enturbien su horizonte azul!
Feliz aquél que puede
comprar silencio, paz, tranquilidad, que puede expandir sin trabas el anhelo de generosidad que siente en su interior, sin que nada frustre su nobleza y su gozo, que tiene capacidad para aliviar heridas, que puede apagar un lloro y hacer que se dibuje una sonrisa, que puede hacer despuntar un
amanecer en un corazón ensombrecido.