Compramos energía a futuro

LA NUEZ DE ARRIBA (Burgos)

rio urbel (nº 2)
Foto enviada por Victoria Serna,

Quien teme preguntar, le avergüenza aprender.
Hola Puri gracias y que descanses yo como no tengo sueño estare un ratito por aqui
un besooooooooooooooooooooo
Buenas noches Anises, ya ves yo bien gracias cada dia mejor
un abrazoooooooooo y felices sueños
Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos.
El bien es lento porque va cuesta arriba.
Había una vez un niño al que lo que más le gustaba en el mundo era ganar. Le gustaba ganar a lo que fuera: al fútbol, a los cromos, a la consola... a todo. Y como no soportaba perder, se había convertido en un experto con todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer trampas prácticamente en cualquier cosa que jugase sin que se notara, e incluso en los juegos de la consola y jugando solo, se sabía todo tipo de trucos para ganar con total seguridad.

Así que ganaba a tantas cosas que todos le consideraban ... (ver texto completo)
Érase una vez un niño que siempre trataba a su madre con gritos e insultos, sin importarle lo mucho que esto la entristecía. Un día, sin saber cómo, despertó en un lugar inmenso y solitario, sentado sobre una roca de la que surgían cuatro columnas que parecían sustentar el mundo entero. Estaba allí solo, cuando al poco vio llegar una inmensa bandada de cuervos con picos de metal que se lanzaron contra la roca, picoteándola con fuerza. Cuando volvió a estar sólo, misteriosamente se abrió una puerta ... (ver texto completo)
Lo que al comienzo fueron vicios, hoy son costumbres.
Hubo una vez en la selva un leopardo muy nocturno. Apenas podía dormir por las noches, y tumbado sobre la rama de su precioso árbol, se dedicaba a mirar lo que ocurría en la selva durante la noche. Fue así como descubrió que en aquella selva había un ladrón, observándole pasar cada noche a la ida con las manos vacías, y a la vuelta con los objetos robados durante sus fechorías. Unas veces eran los plátanos del señor mono, otras la peluca del león o las manchas de la cebra, y un día hasta el colmillo ... (ver texto completo)
¿Qué cara pondrías si un día una nave extreterrestre te transportara por los aires, te encerrara en una gran jaula de cristal y te llevara a un planeta entre las estrellas? Pues seguro que harías el "búho pellizcón", que es poner cara de búho, con los ojos y la boca abiertos hasta babear, y darte pellizcos en el brazo para ver que no estás soñando. Al menos eso es lo que le pasó a Tom durante buena parte de su viaje a la lejana galaxia de Atocinau.

Allí Tom se convirtió en un espectáculo para los atocinautas, unos seres redonditos sin ojos ni orejas, que con una gran boca siempre sonriente y una ridícula lechuga en lo alto de sus cabezas, se movían a la velociadad del rayo. A todos hacían mucha gracia los ojos del niño y sus orejas, pero lo que más gracia les hacía era darle coscorrones en el cogote cuando miraba para otro lado. ¡Se morían de la risa!

Y es que Tom comprobó enseguida que no había forma de pillar despistado a un atocinauta. Era como si tuvieran ojos y orejas en la espalda, la cara y en todas direcciones, y por eso se reían tanto cuando le tomaban el pelo. Un pequeño atocinauta terminó siendo buen amigo del niño, y un día le contó su secreto: aquella tontísima lechuga sobre sus cabezas era un hypersensor, que les permitía hacer mil cosas como ver y oír en todas direcciones, conocer la temperatura de las cosas sin tocarlas, e incluso ¡saber si la comida iba a estar rica sin probarla! Ahora entendía Tom por qué se podían mover tan rápido sin chocar nunca entre ellos....

Con el tiempo Tom llegó a salir de su jaula de cristal, pero le resultaba muy difícil moverse en aquel mundo de velocidades de vértigo donde todos lo sabían todo antes siquiera de que él hubiera podido ver u oir nada, y más de una vez se llegó a enfadar con algún atocinauta tonto que aún seguía tomándole el pelo y ni siquiera se daba cuenta de que él no tenía un hypersensor lechuguino...

Y un día, tal como se lo habían llevado, los atocinautas trajeron a Tom de vuelta a la Tierra, y todo siguió como si nada hubiera pasado. Tom no se atrevió a contar nada de su viaje, y nadie se dio cuenta de nada.
Nadie, excepto Clara, una compañera invidente de Tom que notó cómo el niño empezó a tratarla con más delicadeza y atención, como si supiera exactamente cómo quería ser tratada. Y cuando tuvo confianza para preguntarle por qué había cambiado, Tom respondió misterioso y divertido: "porque tú no tienes una lechuga en la cabeza, y ya sé lo que es eso"

Autor.. Pedro Pablo Sacristan ... (ver texto completo)
Hubo una vez un pájaro de piedra. Era una criatura bella y mágica que vivía a la entrada de un precioso bosque entre dos montañas. Aunque era tan pesado que se veía obligado a caminar sobre el suelo, el pajarillo disfrutaba de sus árboles día tras día, soñando con poder llegar a volar y saborear aquel tranquilo y bello paisaje desde las alturas.
Pero todo aquello desapareció con el gran incendio. Los árboles quedaron reducidos a troncos y cenizas, y cuantos animales y plantas vivían allí desaparecieron. ... (ver texto completo)
Había una vez un granjero que quiso hacer un concurso entre su perro y su conejo, y haciendo un agujero en uno de sus grandes prados, escondió en él una zanahoria y un hueso, para ver quién los encontraba antes. El conejo, muy alegre y optimista, se lanzó a buscar la zanahoria, cavando aquí y allí, totalmente convencido de encontrarla. El perro, sin embargo, era muy pesimista, y tras husmear un poco, se tiró al suelo y comenzó a lamentarse de lo difícil que era encontrar el hueso en un campo tan ... (ver texto completo)
El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una tienda de pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban sueltas por cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban sus colores y sus cantos.
Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la trastienda.

Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas ... (ver texto completo)
En un jardín de matorrales, entre hierbas y maleza, apareció como salida de
la nada una rosa blanca. Era blanca como la nieve, sus pétalos parecían de
terciopelo y el rocío de la mañana brillaba sobre sus hojas como cristales
resplandecientes. Ella no podía verse, por eso no sabía lo bonita que era.
Por ello pasó los pocos días que fue flor hasta que empezó a marchitarse
sin saber que a su alrededor todos estaban pendientes de ella y de su
perfección: su perfume, la suavidad de sus pétalos, ... (ver texto completo)
Había una vez un cuento cortito, de aspecto chiquito, letras pequeñitas y pocas palabritas. Era tan poca cosa que apenas nadie reparaba en él, sintiéndose triste y olvidado. Llegó incluso a envidiar a los cuentos mayores, esos que siempre que había una oportunidad eran elegidos primero. Pero un día, un viejo y perezoso periodista encontró un huequito entre sus escritos, y buscando cómo llenarlo sólo encontró aquel cuentito. A regañadientes, lo incluyó entre sus palabras, y al día siguiente el cuentito se leyó en mil lugares. Era tan cortito, que siempre había tiempo para contarlo, y en sólo unos pocos días, el mundo entero conocía su historia. Una sencilla historia que hablaba de que da igual ser grande o pequeño, gordo o flaco, rápido o lento, porque precisamente de aquello que nos hace especiales surgirá nuestra gran oportunidad.

Autor.. Pedro Pablo Sacristan ... (ver texto completo)