La robustez y belleza de las viejas puertas de olmo (ulmus minor o campestre), hoy casi en extinción, con sus fuertes durmientes donde se machiembraban las tablas y a su vez clavadas al armazón con estos penetrantres y artísticos clavos que no eran adornos aunque lo parecieran externamente, armadas en su base lateral a un forjado quicio, asemejaban a un fuerte muro que abría y cerraba nuestras antiguas casas.
Y las retorcidas y pesadas llaves, no menos bellas, pronunciaban el abracalabra, una vez introducidas con maña y a tiento en las enigmáticas cerrajas para que chirriando de mala gana se nos abriera la puerta a la acogedora estancia.
Creo que de tanto estar abiertas eran algo vagas para cerrarse. De ahí esa indolencia y lamentos.
Estas viejas y magníficas puertas eran como vivos centinelas que durante el día nunca se cerraban hasta que regresaba a casa el último, que con una vuelta de llave daba por terminada la dura jornada.
Pero en casi todas había un hueco por donde salía y entraba el cazador nocturno, los negros o barrados gatos domésticos. Por eso durante el día apenas
se les localizaba por la casa. Dormían profundamente trás esas cacerías sigilosas de los infortunados roedores.
Existían de una solo panel u hoja con su bonita aldaba, partidas horizontal mente con sus puntiagudos cerrojos abajo y arriba; otras se abrían en el centro para pasar personas y totalmente, si entraba ganado.
Hay también puertas acogedoras y puertas que te despiden. Y gente que pone puertas al campo, (puerta del paso al camino del molino), pensando que los caminos se puden cerrar a su capricho y conveniencia.
Y las retorcidas y pesadas llaves, no menos bellas, pronunciaban el abracalabra, una vez introducidas con maña y a tiento en las enigmáticas cerrajas para que chirriando de mala gana se nos abriera la puerta a la acogedora estancia.
Creo que de tanto estar abiertas eran algo vagas para cerrarse. De ahí esa indolencia y lamentos.
Estas viejas y magníficas puertas eran como vivos centinelas que durante el día nunca se cerraban hasta que regresaba a casa el último, que con una vuelta de llave daba por terminada la dura jornada.
Pero en casi todas había un hueco por donde salía y entraba el cazador nocturno, los negros o barrados gatos domésticos. Por eso durante el día apenas
se les localizaba por la casa. Dormían profundamente trás esas cacerías sigilosas de los infortunados roedores.
Existían de una solo panel u hoja con su bonita aldaba, partidas horizontal mente con sus puntiagudos cerrojos abajo y arriba; otras se abrían en el centro para pasar personas y totalmente, si entraba ganado.
Hay también puertas acogedoras y puertas que te despiden. Y gente que pone puertas al campo, (puerta del paso al camino del molino), pensando que los caminos se puden cerrar a su capricho y conveniencia.