En medio de la
noche, el marido abandonó el lecho conyugal envuelto en una completa oscuridad.
-Enciende la luz -oyó que le decía su esposa, desvelada-, o te darás un golpe contra algún mueble.
Él no había querido hacerlo precisamente para no despertarla.
-No te preocupes, ahora que estás despierta, la luz de tus ojos me alumbrará el
camino.
A pesar de ser una cursilería, interiormente, la mujer se sintió muy halagada.
Se escuchó un ruido.
- ¡Ay! -se quejó el hombre; se había golpeado
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