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BUSTILLO DEL PARAMO: Tras la lección de mi abuelo y de mi tío, volví a alejarme...

Tras la lección de mi abuelo y de mi tío, volví a alejarme a descubrir mundo. Pronto me encontré en medio de los campos observando un espino por aquí, unas mimbreras por allá, unas espadañas que crecían en un charco, las ranas que cantaban en él e infinidad de grillos por todas partes. Pero lo más sorprendente era el canto penetrante y lejano de un ave que, atentamente escuchada una y otra vez, parecía que dijera "coreche, coreche", pero anteponiendo un sonido gutural que no sabría describir. Pero si eso era sorprendente, más sorprendente era oír cómo, a cierta distancia, el canto de otra ave parecía como si respondiera al primero, pero no ya con un "coreche", sino con un "hués... pedes", "hués... pedes".
Sin saber exactamente las horas que había pasado en estas observaciones y otras similares, inicié el camino de retorno hacia donde segaban mi tío y mi abuelo, obligado en cierto modo por la necesidad, ya que, al saltar el arroyo, lo hice con tan mala fortuna que pisé la rama de un espino seco y me clavé una espina que atravesó la suela de mis alpargatas de cáñamo y se me clavó en el pie impidiéndome andar como una persona normal.
Al verme llegar de esta guisa, me pregunta mi tío:
- ¿Qué ha pasado, Caporal, te has tronzado?
-No, sólo me hay clavado una pincha, ¡pero cómo duele!
Pues la has hecho colorada -decía él dramatizando la situación-, si no se puede sacar de otra forma voy a tener que sajarte el pie con la chaira.
Lo que yo creía que era un pinchazo hasta el hueso era una vulgar espina que mi tío, a falta de bisturí u otro instrumental clínico más fino, extrajo con la punta de su navaja y restregó luego sobre la minúscula herida un poco de tomillo machacado porque, decía, no hay desinfectante mejor en la naturaleza.
-Bueno, y además de clavarte una pincha -preguntaba mi tío-, ¿qué más has hecho, porque has estado mucho tiempo zascandileando por ahí?
Pues hay estado escuchando cómo cantaban unos pájaros y me ha parecido muy raro, porque unos como que decían "coreche" y otros como que respondían "hués... pedes".
- ¡Ah, conque ya ha visto la diferencia entre el canto de la codorniz macho y el de la codorniz hembra, ¿eh?. Sí, ésas eran las codornices, que en este tiempo están haciendo ya los nidos.
Antes de iniciar el camino de regreso a casa todavía quiso mi tío darme otra lección de anatomía animal. Él sí que había encontrado una verdadera culebra que, una vez inmobilizada con el pie, había atado fuertemente con una cuerda para que no pudiera escapar.
-Ven, Caporal, que voy a darte una sorpresa. ¿Ves aquel montoncito de hierba? Cógele y tráele con cuidado aquí. Yo, tal como me había mandado, cogí la hierba con suma precaución, pero al ver aparecer por debajo una culebra solté la hierba y emprendí la fuga.
-Vamos, vamos -decía mi abuelo-, ¿hasta de una culebra atada tienes miedo?
-Sí, atada, ¡que me voy a creer yo eso!
-Cojobar -decía él-, cuando un mayor te dice una cosa en serio tienes que creerlo.
Intervino mi tío y pasó directamente a la lección de anatomía.
- ¿Ves ese aujerito que tiene en la boca? Toca la culebra con un palo largo y verás
La toqué con más miedo que decisión y vi cómo sacaba una especie de hilo negro que hacia la punta se dividía en dos hilos puntiagudos.
- ¿Qué es eso que saca por la boca? -pregunto yo.
-Eso es el respe -dice mi abuelo-, es como la lengua de las culebras.
-Bueno, dicen que las culebras güelen por ahí -tercia mi tío-, pero a mí también me parece más una lengua que una nariz.
-Además -añade mi abuelo-, cuando las mujeres tienen mucha lengua o la tienen muy afilada se suele decir que tienen mucho respe.
Este comentario de corte puramente machista la sociedad de entonces lo tenía perfectamente asumido por más que las lenguas viperinas se encontraran tanto de una perte como de otra; hoy se disimulan más estas expresiones pero, por desgracia, no porque el machismo haya desaparecido y quizá ni siquiera haya disminuido.
Después de esta clase de anatomía verdaderamente poco científica, donde las dudas de cada uno eran mayores que las certezas, emprendimos el camino de regreso a casa donde mi abuela y Eugenia nos esperaban con la comida preparada.