Salvo breves periodos de su
historia, como el protagonizado por Juana de
Portugal, esposa del rey Enrique IV,
Aranda de Duero fue villa realenga. Un privilegio que defendió con coraje y del que siempre se sintió orgullosa. Abierta al mundo, cruce de
caminos y morada de pasajeros que circulaban por sus caminos y veredas de norte a sur y de este a oeste, la ciudad era referencia para el viajero y punto de encuentro para los visitantes que llenaban la ciudad durante los días de
feria o de
mercado. Un rasgo que le dio carácter y que llenó sus
calles y
plazas de figones, posadas y mesones.