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OCAÑA: Todas las tardes en Granada, ...

Jerónimo o Girolamo Emiliani nació en Venecia en 1486, hijo de Dionora Morosini y de Ángel Emiliani, senador de la República de Venecia, pero quedó huérfano de padre a los diez años.
En 1506 ingresó a la carrera militar como correspondía a los jóvenes nobles venecianos. Luchó durante la guerra (1508-1510) contra la Liga de Cambrai, y en 1511 fue nombrado comandan... te de las fuerzas que defendían la ciudad de Castelnuovo di Quero sul Piave, pero cayó prisionero mientras luchaba. Durante la soledad de su cautiverio, se dedicó a meditar sobre lo efímero del poder mundano, como le sucedió diez años después a San Ignacio de Loyola y sobre las palabras de Jesús: ¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo? Y se propuso dedicar su vida entera y todas sus energías a tratar de conseguir su propia santificación y la salvación de muchos otros.
Estando en la tenebrosa prisión, y viendo que humanamente no tenía remedio para aquella aflicción, se dedicó a rezar con toda fe a la Santísima Virgen María para que le consiguiera de Dios su pronta liberación. Y he aquí que de la manera más inesperada, un mes después, son quitadas las cadenas de sus manos y de sus pies y logra salir sin que los guardianes se le opongan. Según su relato, la Virgen le entregó las llaves de las cadenas que lo apresaban, y lo condujo salvo detrás de las líneas enemigas sin ser visto. La Iglesia católica considera verdaderas estas apariciones. En el silencio de la cárcel había encontrado la amistad con Dios por medio de la oración y la meditación. Reconociendo que su liberación de la cárcel era un favor especialísimo de la Santísima Virgen, se dirigió ante la imagen de Nuestra Señora en Treviso y a sus pies dejó sus cadenas y sus armas de militar, como recuerdo y agradecimiento y se propuso propagar incansablemente la devoción a la Madre de Dios y dedicarse al servicio de los pobres, de los enfermos, de los jóvenes abandonados y de las prostitutas arrepentidas. Un campo sumamente vasto.
En 1516, luego de firmarse la paz, Jerónimo regresó a Castelnuovo di Quero y ahí permaneció como alcalde hasta que, a la muerte de su hermano Lucas Emiliani, regresó a Venecia donde se hizo cargo de la viuda de su hermano y de sus cuatro hijos, abandonando su carrera militar y política.
Después de un corto “noviciado” como penitente con Giampietro Carafa, el futuro Pablo IV, Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1518.
Por aquellos tiempos apareció en Italia una serie de apóstoles formidables que se propusieron, iluminados por el Espíritu Santo, enfervorizar al pueblo en la piedad, y dedicar el mayor número posible de personas a obras de caridad en favor de los necesitados. Algunos de estos santos fueron: Santa Catalina de Génova, San Cayetano, San Camilo de Lelis, San Bernardino de Feltre, San Felipe Neri, San José Calasanz, y Santa Ángela de Merici. Un verdadero "equipo" de apóstoles de la caridad. A ellos se unió San Jerónimo.
En 1531 hubo una carestía tremenda en toda la región y luego una epidemia de peste; entonces Jerónimo vendió todo lo que tenía, incluso los muebles de casa, y se dedicó a la asistencia de los apestados. Había que enterrar a los muertos y como nadie se atrevía por miedo a ser contagiado lo hacía él mismo de noche. Jerónimo resultó contagiado de la terrible enfermedad, pero por favor de Dios logró curarse.
Pero, también había que pensar en los vivos, sobre todo en los miles de niños que habían perdido por la epidemia a sus padres, quedando huérfanos y desamparados y en las mujeres que por la necesidad se dedicaban a la prostitución. Entonces Jerónimo se dedica a recogerlos y a proporcionales alimento, vestido, hospedaje y educación, todo totalmente gratis, gracias a las limosnas que recoge yendo de casa en casa. Levanta dos grandes edificios; en uno recibe a los niños y en el otro a las niñas. Para las exprostitutas el santo funda una casa para mujeres arrepentidas y allí aprenden costura, bordados y otras artes para ganarse la vida honestamente. Verona, Brescia, Como, Bergamo fueron el campo de su acción bienhechora.
Y Dios premiaba su oración, su caridad y su sacrificio, permitiéndole obrar frecuentes milagros. A muchos enfermos los cuidaba como especializado y amable enfermero, y a varios otros les colocaba las manos sobre su cabeza y los curaba de sus enfermedades. La fama de sus milagros se extendió por todos los alrededores de las ciudades donde trabajaba.
En 1534, en Somasca (Lombardía, Italia), fundó la Compañía de los Servidores de los Pobres, llamada posteriormente de los Congregación de los Clérigos Regulares de Somasca o Padres Somascos, destinada a ayudar a los niños huérfanos y a los pobres y allí fundó un orfelinato, un taller y un seminario.
Cuando apenas tenía 56 años de edad, Jerónimo Emiliani murió santamente en Somasca: mientras asistía a los enfermos de una nueva epidemia de peste contrajo nuevamente la enfermedad el 4 de febrero de 1537 y murió entre sus hijos predilectos, los pobres y los enfermos, a quienes había dedicado todos sus esfuerzos cuatro días después, el 8 de febrero de 1537. Su cuerpo fue enterrado en la capilla de San Bartolomé.
Después de muerto hizo numerosos milagros, por lo que fue beatificado por Benedicto XIV el 23 de abril de 1747 y el Papa Clemente XIII lo declaró santo el 12 de octubre de 1767. Después el Pontífice Pío XI lo declaró Patrono de los niños huérfanos y de la juventud abandonada en 1928.
La Comunidad de los Padres Somascos en la actualidad tiene unas 75 casas en el mundo con unos 500 religiosos, y se dedican preferencialmente a educar niños desamparados.

Todas las tardes en Granada,
todas las tardes se muere un niño.
Todas las tardes el agua se sienta
a conversar con sus amigos.

Los muertos llevan alas de musgo.
El viento nublado y el viento limpio
son dos faisanes que vuelan por las torres
y el día es un muchacho herido.

No quedaba en el aire ni una brizna de alondra
cuando yo te encontré por las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni una miga de nube
cuando te ahogabas por el río.

Un gigante de agua cayó sobre los montes
y el valle fue rodando con perros y con lirios.
Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,
era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.