La National Geographic (para inquietud de Benedicto XVI y séquito) acaba de estrenar un muy bien documentado evangelio de Judas el iscariote. El mundo viene a enterarse ahora que en el siglo quinto de nuestra era habían dando vueltas cerca de cincuenta evangelios conocidos (seguramente eran más) todos contando las "verdades reveladas por el espíritu santo". Ante tal despropósito, el vaticano resuelve elegir unos pocos (los más adecuados) quedando los ya conocidos Mateo, Marcos, Pablo y Juan. Sabido es que ninguno de ellos siquiera fue contemporáneo de Jesús y que el "nuevo testamento" no es otra cosa que un conveniente acomodamiento de las acciones del nazareno a las necesidades de poder de la iglesia católica. Cualquier católico practicante sabe que en la misa al finalizar la lectura justamente del evangelio correspondiente, el sacerdote afirma "Es palabra de Dios" a lo que los feligreses responden agradeciendo. La verdadera falacia donde la iglesia muestra su afán de poder reside en imponer el dogma de que la sarta de fábulas escritas en los evangelios son palabras de Dios. Y a otra cosa. No se te ocurra discutir porque te vas al infierno. De todas maneras prefiero un infierno que quizá no exista, a una hoguera más que real que la iglesia utilizó como método divino a través de la inquisición.