Aún me parece recordar el ruido de los cangilones, vertiendo el
agua sobre el dornajo que llenaba la balsa. Mientras, entre sueño y sueño, la mula o la borriquilla daba vueltas y más vueltas a lo largo de la
noche, como si de una maldición se tratase. Cuando dejaba de sonar el chirriar de la
noria, el labrador se despertaba de su jergón de paja sobre la tarima. Se levantaba y, con voz adormecida le volvía a arrear al animal para que no se durmiese en el
circo del
pozo. Así eran las
noches de quintería
... (ver texto completo)