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YAFAR: El regreso.

Derrotado, cansado de cabalgar, sucio y polvoriento, Yafar acababa de desmontar de su caballo el animal, resopló y aunque no hablaba se notaba que estaba contento, él lo ató junto a una enorme sabina milenaria, cuyas ramas jugaban con el sol y con el agua, describiendo formas en ocasiones casi humanas. El animal bebió con pausa, como si casi estuviera dotado de conocimiento, Yafar se quitó parte de del habito de clérigo, con él había conseguido pasar desapercibido entre las huestes cristianas. La verdad es que necesitaba un descanso y un buen baño, y aunque el agua del río por la época del año que estaba a mediados de la primavera, estaría fría, no dudaría en darse un buen chapuzón en sus aguas.
Mientras el cálido sol templaba la expendida mañana de mayo, el miraba las cristalinas aguas del Henares, sus manos se deslizaban dentro del cauce queriendo retener entre ellas la pureza de las mismas. Unas imágenes le vinieron a la mente, era los primeros días que conoció a Marina, su cuerpo desnudo bañándose en el río, casi formando parte del agua, proyectándose su figura sobre las piedras del fondo, recordaba su cuerpo, su cabello que casi cubría sus hermosos senos, mientras sus cuerpos se entrelazaban y se fundían uno dentro del otro. Ella lo miraba desde lo alto, mientras el desnudo con la espalda apoyada en hierba y con el cuerpo completamente extendido sobre la tierra, contemplaba sus ojos verdes, cargados de amor de pasión y hasta de deseo, un deseo en ocasiones incontrolado. Llegado a ese punto Yafar sacudió la cabeza, no era un hombre puritano, pero prefería pensar en Marina de otra manera. Le vino a la mente una extraña imagen del futuro, Marina estaba sentada en la puerta de una casa en él Al Anadalux, cerca de Medina Azahara, su cabello ya no era dorado, parecía teñida de ceniza aunque seguía siendo largo y hermosos, en sus ojos ligeros pliegues, delataban su edad, dos niñas correteaban por la inmensa pradera, en un meandro cerca del Guadalquivir.
Marina volvía estar embarazada, le faltarían mas o menos un par de meses para el alumbramiento, la verdad es que Yafar tenía mucho miedo, el no se lo había pedido, pero soñaba con un hijo varón, sabia que corría un riesgo enorme, muchas mujeres morían al dar a luz o no llegaban a sobrevivir mas de un mes al parto, sin embargo la fortaleza que le demostraba marina, le daba ánimos. Ella siempre fue fuerte, pero no es fácil luchar contra la naturaleza ni contra el paso del tiempo. Hacia casi diez años que el padre de Marina, una noche dejó marchar a su hija, la acompaño hasta tierras de Medinaceli. Allí padre e hija se despidieron en silencio tal vez para no volverse a ver jamas.

EL- MAR