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ROMANILLOS DE ATIENZA: Salgo. Salgo del lugar. Salgo de la lavilla, me dirijo...

Salgo. Salgo del lugar. Salgo de la lavilla, me dirijo hacia la Ermita de la Soledad, sigo camino de Atienza y a la cueva a parar. Voy solo y abstraído, voy pensando. ¿Y en que podría pensar? Nada yo no pienso en nada. Pues no tengo en que pensar. Los ejes van resonando los tendría que engrasar. Pero me gusta que suenen, que no tengo en que pensar, lo tuve pero hace tiempo. Ahora no tengo NA.
Esto no es nada. O es algo… para empezar. Porque vivo los recuerdos imposibles de olvidar, de todos aquellos días. De todos… y algunos más. Días de ocio y hastío. Días que no volverán.
Sigo. Sigo mi camino, pues me gustas caminar. Y me acerco a la Cañada. Me siento a reflexionar. ¿Dónde voy? ¿Qué es lo que hago? No lo sé, pero nadie lo sabrá, porque yo no veo a nadie que me pueda delatar.
Y sigo pues mi camino. Que me gusta caminar. Sigo por los Guijarrales, a las Navas a parar. Allí nuevamente me pongo a reflexionar. Con los mojones de Atienza, de Bochones, Romanillos, de Miedes, no hay nada más.
Qué triste me parecía. La soledad del lugar. Más enseguida aparece alguien que la cosa va cambiar. Don Infante (el Arenero). Viene cargado de arena y tierra de enjalbegar.
Vi como se descargaba de aquel peso que traía vi que nada me decía, no podía respirar y después de unos minutos, entonces empezó hablar.
¿Tú cómo te llamas chico?, ¿Qué has venido hacer acá? ¿Por qué no has ido a la escuela? ¿Qué no te gusta estudiar? Contéstame dime algo. ¿Es que no sabes hablar?
Si. Si que, se señor Infante, he venido a pasear, y no me gusta la escuela, ni tampoco el estudiar. Yo quiero ser arenero como Tú. ¿Me quieres como ayudante? Porque te puedo ayudar.
Calla chico, no me jodas. ¿A quién quieres engañar? Aquí van cuarenta kilos o quizás alguno más. ¿Tú te atreves a llevarlos? ¿Cuántos podrías llevar?
Pues yo llevaría menos porque me he de acostumbrar.
Y dime ¿qué comerías? Porque te has de alimentar. Y el trabajo que yo hago pues ya no da para más.
Por tanto vamos para casa, y no dejes de estudiar, para no ser (Arenero). Esto no es tuyo chaval.
Y hacia casa retornamos, el infante con su carga, yo caminando detrás.
Llegamos a Romanillos, y él se puso a despachar, y yo me fui a la escuela, porque había que estudiar.
Pero al salir de la escuela, volví a la ermita de la Soledad. Allí encontré al Infante, y allí me puse a llorar. El Infante el (Arenero), a la puerta de la ermita está. Y esta ebrio el condenado y aún así rezando está. La soledad que yo vi, a la puerta de la ermita de la Soledad, quedo grabada en mi mente, y aún la llevo en la frente.
VIRGEN DE LA SOLEDAD.
Yusepe.


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