Si el sol de la mañana te deslumbra,
te arranca de las tierras de tu sueño
y te lleva su luz a la penumbra
de un hábitat despótico y pequeño,
dale tus ojos a un recién nacido.
Busca razones con aire risueño
si el don de la razón se te ha perdido
por las rutinas, penas cotidianas;
y que la miel de un mundo inadvertido
alimente de nuevo tus mañanas.
Deshazte del disfraz, del maquillaje,
tiñe de blanco celeste tus canas,
sal al mundo sin llaves ni equipaje
y sube el techo al cielo, date prisa,
antes que la desidia te lo baje.
Lleva tu boca de sobriedad gris a
la boca ebria de un recién nacido;
píntala de arco-iris con su risa,
cambia su melodía por el ruido
de tu amarga rutina, tan amarga
que hizo un constante réquiem de tu oído.
Si tu noche se hace lánguida y larga
ve y comparte una botella de vino
que te haga menos pesada la carga
que cargamos los hombres: el destino.
¡Ama sin reparar en el mañana!
¡Camina sin dudar de tu camino!
¡Llena con esperanza tu tartana,
sal al mar y navega contra el viento
que sople dejadez, tedio y desgana!
No hagas revoluciones de cemento,
constrúyelas de pan y margaritas,
de la espuma y la sal del firmamento.
Si el sol de las personas te marchita
dale tus manos a un recién nacido
y juega a descubrir quién necesita
una caricia, un abrazo sentido,
un beso sincero y desenfadado.
Da tu presente a un recién nacido
si no quieres anclarte en tu pasado.
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