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VILLAREJO DE FUENTES: Elvirita se levantó con una bandeja de plata en la...

Elvirita se levantó con una bandeja de plata en la mano, y comenzó a dar vueltas a la mesa. Había que regalar algo a la novia para alfileres, era la costumbre, Y los parientes del novio, a quienes convenían unas buenas relaciones, dejaban caer sobres cerrados sobre el argentino redondel

- ¡Para agujas!, decía Elvirita con vocecita mimosa.

Y era un gozo ver la lluvia de billetes que caían sobre el plato. Todos aportaron, hasta el notario, que soltó cien duros pensando que ya se vengaría al presentar la cuenta de honorarios, y el cura, sin disimular su dolor, dejó caer dos monedas de veinticinco pesetas, alegando como excusa la pobreza de la Iglesia.

Elvirita, abriendo el amplio bolsillo de su falda, vació la bandeja con un alegre retintín que regocijaba el oído.

La cosa no decaía, hablaban todos a un tiempo, y la gente se detenía en la calle para admirar la alegría reinante en aquel festejo.

Algunos vinillos servidos hacia el final o junto a los postres surtían efecto, todos querían brindar.

Y puesto en pie un socarrón, aunque algo tambaleante, vaso en mano, y después de mirar a todos lados con sonrisa maliciosa que prometía mucho, rompía así con voz gangosa.:

BRINDO Y BEBO
Y QUEDO CONVIDADO PARA LUEGO

Aunque este chascarrillo ya lo habían oído de sus abuelos, lo acogieron con grandes risotadas y palmoteando “Victor … Victor!

Y lo anterior animó a muchos a encadenar sus muestras de ingenio, todas ellas rancias, los mas atrevidos, que también eran los más bebidos, improvisando cuartetas rabudas en honor de los novios, unas de viejo mal gusto, otras soeces, todas ellas producto de los vapores que se destilaban.

El notario se sentía en su elemento. Aseguraba que el tío Preñacabras acababa de sobarle por debajo de la mesa creyendo que sus muslos eran los de Elvirita; hablaba de la próxima noche de un modo que hacia ruborizar a las jóvenes. A unas fingiendo. ¿Que les iban a decir a ellas a estas alturas?. Otras, curiosas, arropadas por las risitas de sus madres, y el cura, eufórico. Con los ojos tan húmedos como brillantes y enrojecidos intentaba ponerse serio murmurando machaconamente con voz estropajosa.

- ¡Vamos Don Julián! ¡ORDEN! que estoy aquí.

El vino recrecía la brutalidad de los comensales. Gritaban desaforadamente puestos en pie, derribando con sus furiosos manotazos botella y vasos y cuanto sus cuartos traseros encontraran en su herráticos caminos, cantaban cuando la dulzaina de Lucifer entonaba cualquier sonido, fuera este de música conocida o de simple sonido por soplido intempestivo, en los momentos en que el son del instrumento parece más sereno e identificable saltaban al suelo del corral algunas parejas iniciando inestable bailoteo. Instintivamente se dividió en dos bandos la mesa, y de un extremo a otro comenzaron a arrojarse puñados de confite con toda la fuerza de sus poderosos brazos, acostumbrados a bregar con la ingrata tierra y las tozudas bestias de tiro y carga.

Para muchos aquello era muy divertido. El tío Preñacabras se reía con la risilla nerviosa del vino trasegado abundantemente, pero el cura huyó con las féminas a refugiarse en los cuartos íntimos de la casa, y el notario se ocultó debajo de un velador.

Los cristales de las alacenas saltaron por los aires en mil pedazos, de los vasos ya quedaban íntegros muy pocos, un ruido de tiesto sonaba constantemente, y los campeones se enardecían, hasta el punto de que no encontrando confites a manos se arrojaban unos a otros los restos de los bizcochos y los fragmentos de platos.

- ¡BASTA YA ES SUFICIENTE!, - gritó el tío Preñacabras, cuando los golpes recibidos superaban el limite de su paciencia.

Y en vista que le desobedecían se puso en pie, y a empellones los hecho al corral, donde los enardecidos mozos continuaron la fiesta, arrojándose proyectiles menos limpios, suministrados por gallinas, conejos, cerdos y mulas.

Entonces fue cuando las mujeres, siguiendo al cura, volvieron al banquete, tan asustadas como el propio cura. ¡Reina y Señora, aquello era un desmadre! ¡Digno de los malhadados anarquistas!. Se había convertido en un juego de brutos. Y los mas serenos o menos bebidos, se dedicaron a auxiliar a los descalabrados, que se limpiaron la sangre sonriendo y vomitando, sin bajarse de su creencia de que se habían divertido mucho, y esperaban más.

Volvieron a sentarse en la revuelta mesa, en la cual el vino derramado y los residuos de comida formaban repugnante, costras y masa maloliente.

Pero los sustos no cesaban y las más respetables de las matronas saltaron de sus asientos, asegurando entre chillidos histéricos que manos licenciosas les pellizcaban las pantorrillas y acariciaban sus muslos

Eran los “chicos” que, no ahítos de confites, buscaban a gatas los residuos de la batalla y sobar carnes crudas sumamente estimulantes a su edad.

- ¡Qué granujeria tan endemoniada! ¡Fuera.. Fuera … Largaos!

Y a coscorrones fue expulsada aquella invasión de desvergonzados “palpadores” de los más prohibido.

Y fuera, el dulzainero hacia cabriolas sonando cada vez más gangosa la dulzaina, como si ambos estuvieran contagiados de aquel gustazo tan brutal como ingenuo.

Cuando el reloj de la casa consistorial hizo sonar su cascada campana diez veces, ya era muy poca la gente que aguantaba en casa de los novios.