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VILLAREJO DE FUENTES: Cuando empezó a anochecer, los coches, carricoches...

Cuando empezó a anochecer, los coches, carricoches y caballerías enjaezadas empezaron a salir de los establos, una mayoría de los invitados emprendían el regreso a sus lares con los medios que también los habían traído, cantando a grito pelado y deseando a los novios una noche feliz, añadiendo de cuando en cuando algún comentario un tanto soez, entre hipidos de estómagos sobrecargados de grasa, azúcar y vino.

Los vecinos del mismo Tarancón se retiraban también y por las oscuras callejas se veía a más de un vecino asido a las verjas de la casa más cercana al momento en que un fuerte trastabillado le incontratable para continuar erguido, teniendo que tirar de él trabajosamente su mujer, y quien pasaba junto a la pareja en este trance, si su saturación alcohólica era menor, siempre les decían ¿Necesitáis algo?, ¿Os podemos ayudar?

- No, gracia se le pasará enseguida, es que se ha emocionado mucho. - Justificaba la esposa el pequeño espectáculo.

En realidad aquel hombre, en ese momento, como otros muchos en igual circunstancia, eran incapaces de excesos en los días normales, fueran estos de labor o de guardar, ¡Pero una fiesta como esta pone alegre a cualquier!

Sacó a trompicones el notario su vieja tartana, a la que había permanecido uncido su caballo y arreandolo por el camino que apenas veía, hizo que avanzara saltando sobre todos las piedras y baches, a los pocos minutos del inicio, el propio notario le entregó las riendas al escribiente y sin decir palabra ni orden alguna se arrinconó en el carrichoche, para dormir entre resoplidos de tan sonora monstruosidad, como malolientes bufidos de hálitos vínicos. Pero ….. el escribiente estaba tan trastornado como su patrón …. aunque quien manda.. manda y hay que aguantar.

Por fin … Ya no quedaba en la casa más que los padres de Elvirita y algunos parientes cercanos.

El tío Preñacabras se mostraba impaciente. Cada mochuelo a su olivo. Con un día como el que habéis vivido, bebido y comido, ya tendréis ganas de dormir. Y bajo sus enormes cejas, el brillo de unos ojillos lanzaban destellos de expresión ansiosa incontenible.

- Adiós hija mía – Gritaba la madre de Elvirita - ¡Adiós!

Y como si presintiera un peligro de muerte la abrazaba con fuerza.

Para el viejo herrero, que había trasegado todos los vinos que pasaron por delante de su vista, hasta saturar la capacidad de su estomago, protestaba con lengua de trapo e intentado hacer creer que sentía una socarrona indignación. ¡Rediós! ¡Pues que a la chica no la llevan al cadalso!. Que esto es casi para caerse de risa, que tan mal no le fue a la madre cuando se casó.

¡Digo yo! - Exclamó en voz muy alta el herrero al finalizar su proclama.

Y seguidamente el padre de Elvirita tuvo que medir su fuerza tratando de desasir a su hija de su madre, fuertemente abrazadas y derramando un torrente de lágrimas, y entre suspiros y gimoteos, con suaves empujones del amo fueron hasta la puerta, que personalmente cerró Preñacabras, pasando después los cerrojos y la cadena.

Por fin, solos los dos,. En el granero dormía la tía Pascuala, los criados se acostaban en las cuadras, y en la parte noble de la casa estaban ellos entre la barahúnda de los restos del banquete.

Por fin ya la tenia, allí estaba, sentada en un poltrona de esparto, encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer

El tío Preñacabras esta azogado, y en la vehemencia de su pasión senil no sabia que decir! Recojones ¡

Lo de hoy era muy diferente de cuando se casó con la Agueda. ¡Lo que hace envejecer!

Había que comenzar por algo y le pidió a Elvirita que por favor entrase en el dormitorio. Pero la chica tenia su genio, y más terca no la había visto el Preñacabras.

Ella se quedaba allí, quieta, no entraba en el dormitorio aunque la matasen, quería pasar la noche, sola y en aquel salón y con la luz encendida.

Y cuando el recién casado se le aproximaba, ella muy medrosa, se replegaba como un caracol, faltando poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de enea.

El tío Preñacabras se cansó de tanto rogar.

- ¡Bueno, ya que es tu capricho, que pases buena noche, y apagando las luces de los salónes se metió en el dormitorio.

Elvirita tenia un horror instintivo a la oscuridad. Aquella casona, grande y desconocida le causaba miedo, creyó ver en la sombre la cara ancha y pecosa de la siña Agueda, y trémula de miedo, con paso precipitado, creyendo que alguien le estira de la falda, se metió en el dormitorio siguiendo a su marido.

Ahora se fijaba en aquella habitación, la más lujosa y mas ricamente amueblada de la casa, con su sillería castellana, las paredes cubiertas de seda y colosales armarios de caoba para la ropa.

Sobre la ventruda cómoda, con agarraderas de un brillante bronce, todo un museo de estampas religiosas, pequeñas figurantas en yeso o labradas en madera de montones de vírgenes y santos, flores de tela, y también viejas flores naturales ya ajadas y secas, rodeaban todo aquello candelabros de bronce con velas amarillas, torcidas por el tiempo y moteadas por las moscas, cerca de la cama el aguamanil de agua bendita, con la palma del Domingo de Ramos, y junto a ellas, colgando de un gran clavo, la escopeta del tío Preñacabras, una Eibarresa del calibre doce, con cañones paralelos, dos gatillos y martillos exteriores, no muy moderna, pero muy poco usada, limpia y brillante y en perfecto estado, y que todos aseguraban que siempre estaba cargada con perdigón gordo, más conveniente para evitar malos encuentros con cualquier individuo indeseable, que para la caza menor, única posible por aquellos parajes.