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VILLAREJO DE FUENTES: Y como ejemplo del mayor detalle de magnificencia del...

Y como ejemplo del mayor detalle de magnificencia del mueblaje, aquella cama famosa de la señá Agueda, complicada labor de madera tallada y lacada, ostentando en la cabecera media corte celestial, y sobre el somier una pila de colchones, cuya cumbre se cubría con la fina colcha de seda damasquinada.

El tío Preñacabras sonreía satisfecho de su victoria.

¿No veía ella como por fin entraba? Debía obedecerlo siempre y no ser mema. El solo deseaba su felicidad, por que la quería mucho.

El viejo, a pesar de su rudeza, hablaba con una expresión acaramelada, como si tuviera en su boca algún confite de la comida, y extendiendo las manos con audacia.

- ¡Estese quieto! - decía Elvirita con voz sofocada por el miedo ¡No se acerque!

Y cambiaba de sitio, huyendo de su marido, iba de una parte a otra, mirando con angustia las paredes, como si esperara ver en ellas algún portichuelo ignorado por donde poder escapar.

Si no sintiera tanto miedo a la oscuridad, ya hubiera abierto la puerta de la alcoba, huyendo de aquella brega insostenible.

El tío Preñacabras le concedió silenciosamente una tregua, mientras iba desnudándose con resignada calma.

- Pero que mema eres - Decía con entonación filosófica.

Y repetía la frase un sinnúmero de veces, mientras se despojaba de calzado, pantalones, desliándose la negra faja para que el vientre recobrara su hinchada elasticidad.

Oyó a lo lejos el cascajoso campanil del reloj del ayuntamiento dando las once.

Era ya hora de acabar aquella situación ridícula, se acostaba Elvirita ¿si o no?

Y el tío Preñacabras hizo con tal rotundidad la pregunta, que la novia se levantó como un autómata, volvió su rostro a la pared y comenzó a desvestirse con suma lentitud.

Se quitó el pañuelo del cuello, y después, tras largas cavilaciones, el ceñidor de deslumbrante blancura, con arabescos rojos, fue a caer sobre una silla, y más arriba la morena espalda, de tonos calientes, como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado y rematada por la cerviz de adorable redondez erizada de rizada pelusa.

Se acercaba el tío Preñacabras cautelosamente, moviéndose al compás de sus pasos el blanducho y enorme abdomen. ¡No debía de ser tonta!, ¡El la ayudaría a desnudarse!

El marido intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y apartar aquellos robustos brazos cruzados con fuerza sobre sus exuberantes y firmes pechos, oprimidos por el rígido sujetador.

- ¡No quiero … No quiero!, - gritaba angustiada la muchacha - ¡Apártese de ahí …... Váyase!

Con inesperada fuerza empujó aquel tenaz mondongo que le cerraba el paso, y siempre ocultando su pecho, fue a refigurarse entre la cama y la pared.
El tío Preñacabras se mosqueaba. Aquello ya pasaba de broma y él no se sentía capaz de mas contemplaciones.

Fue a sacar a Elvirita de su escondrijo, pero apenas se movió ¡Redios!, parecía que todas las ánimas del pueblo se le venían encima, que la casa era acometida por todos los demonios del infierno, o que las trompeteas de Jericó volvían a sonar avisando del Juicio Final.

Vaya un estruendo, eran latas de las del aceite de coches golpeadas a garrotazo limpio, cabezones agitando sus innumerables cascabeles, enormes carracas y grandes cencerros sonando todos a un tiempo, y al poco rato se disparaban petardos y cohetes que silbaban y estallaban junto a la reja del dormitorio. Por las rendijas de las ventanas y contraventanas penetraba un resplandor rojizo de incendio.

Adivinaba Preñacabras lo que era aquello y quien lo promovía y a quien se lo debía. Si la pena fuera un espectáculo, si no hubiese presidio para los hombres, ya arreglaría él aquella judiada.

Y juraba y pateaba, despojado ya de su ardor amoroso, sin acordarse de Elvirita, que, asustada al principio por el infernal estruendo, gimoteaba histérica, creyendo que sus lagrimas podían componerlo todo.

Ya había sido informada por sus amigas. Se casaba con un viejo viudo y tendría cencerrada.

Pero, ¡Que cencerrada señores!. Era en toda regla, con coplas alusivas que la gente celebraba con carcajadas y relinchos, y cuando cesa momentáneamente el estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina con su gangueo burlón, y una voz acatarrada que decía Elvirita (¡Vaya si la conocía!) hablaba de la senectud del novio, de lo caradura que era la novia, y del peligro en que estaba el tío Preñacabras de pasito a paso recorrer el camino del cementerio si quería cumplir su obligación.

- ¡Animales! …..! Indecentes!, rugía el novio, e iba como loco por la amplia pieza del dormitorio, manoteando, como si quisiera exterminar en el aire, aquellas hirientes coplas que venían de fuera.

Pero ….. una malsana curiosidad le dominaba. Quería ver quienes eran los guapos que se atrevían con él, y con unos manotazos apagó toda la iluminación de la amplia pieza, abriendo después con la tensión del cazador al acecho, una rendija del ventanillo de la reja exterior.

La calle entera estaba tomada por el gentío, revolviéndose al Preñacabras sus tripas al ver que entre los muchos que por allí pululaban y alborotaban había algunos