TREINTA Y TRES OJALES ----- Autor del relato: Eduardo Pérez Plaza.
1
Bien puedo decir que la historia de este cuento comienza allá por los últimos años del tercer decenio o principios del cuarto en el pasado siglo, en un día que Andrés recogía de su taquilla sus efectos personales que ordenaba y empaquetaba
Comienzo mal, debo rectificar y comenzar de nuevo el relato ajustándome más a lo que mi poca imaginación tenia preconcebido, quizá deba ser así.:
Eran los primeros días de la primavera de un año …, no importa mucho cual, en aquella época todos los años eran iguales, aquella mañana, mientras el cura Andrés recogía del armario situado junto a su cama en el Seminario Diocesano de Cuenca su modestos bártulos, que guardaba ordenadamente dentro de dos humildes maletas de cartón, no dejaba de pasear por su pensamiento una y otra vez lo escuchado en la audiencia privada a la que le había hecho asistir hacía pocos días el Sr. Obispo, inmediatamente después del rito de su ordenación sacerdotal.
-“Padre Andrés, su comportamiento en el Seminario y los informes que sobre su aprovechamiento, y pía manifestación de su vocación me llegan del Padre Rector, me obligan a darle la enhorabuena y congratularme de tener en mi Diócesis un soldado de Dios cuyo trabajo a partir de ahora confío se dedique con tesón y valentía a cuidar y encarrillar almas pecadoras, defendiendo y haciendo aún más grande la Santísima Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo”.
-“Aunque damos por cierto que en un futuro no lejano su labor clerical lo situará en responsabilidades de mayor alcance, al momento presente, recién ordenado y carente de experiencia de la vida mundana, hemos pensado para usted un destino que estoy seguro le ha de agradar y acéptelo como un premio a sus méritos de seminarista.”
-“Sabemos que usted es oriundo de Villarejo, cuya feligresía tiene asignado un anciano párroco, y este buen hombre de Dios hace tiempo se encuentra enfermo y necesitado de reposo y hemos tenido que darle nuestra licencia para que se recupere junto a su familia en Badajoz”
-“Pues bien, usted será párroco provisional, ya que de momento no podemos nombrarle titular, por lo que comenzará como es lógico como sustituto, pero si como esperamos su santa labor es la deseada, esta u otra parroquia de mayor responsabilidad será pronto suya”.
-“Damos por hecho que conoce bien a la gente de su pueblo. Ya sabe que allí quien ejerce de Alcalde es hombre muy afín a la CEDA y por tanto respetuoso y colaborador con la Santa Madre Iglesia, aunque en lo privado, su conducta y su moral pueden tener algún reparo. Se lo decimos solo como advertencia”
-“Estamos convencidos de que nuestra decisión contiene un reto muy personal para usted, pero que a la vez ha de suponer una satisfacción y un júbilo. Por este motivo ya hemos tomado la providencia de comunicar su nombramiento tanto a la autoridad municipal, como al comandante del cuartelillo de la guardia civil. Hemos advertido a ambos que en ausencia del párroco titular se ocupen de darle a usted el digno y debido recibimiento. Evidentemente, su primer acto de misacantano debe estar revestido de la solemnidad que la liturgia exige. De su alojamiento no nos hemos molestado sabiendo que su familia sigue viviendo en el pueblo. Así que hijo mío, prepare sus maletas y comience la labor que el Espíritu Santo le encomienda”.
2
- “Ya no tengo nada más que añadir que mi enhorabuena y mi bendición – Concluyó así el Sr. Obispo su perorata, al tiempo que extendía su mano derecha para que el nuevo cura le besara arrodillado el anillo episcopal.
Terminó el cura Andrés de organizar sus enseres dentro de las maletas, dejando fuera de las mismas la vestimenta que portaría aquella tarde en su viaje a Villarejo.
Siguiendo los consejos del Padre Rector, bajó de los aposentos y se dirigió al pequeño habitáculo del hermano lego encargado de la barbería, el cual solo con verlo entrar inició una leve conversación.
- ¿Qué tal Padre Andrés?, ¿Preparándose para el viaje?. Pues siéntese y le arreglaré en un credo el pelo y la tonsura y si quiere le doy un repaso a la barba.
- Gracias hermano, solo el pelo y la tonsura, de mi poca barba me encargo yo, no me siento cómodo cuando alguien hace por mí lo que yo mismo puedo hacer, me entiende usted, ¿Verdad?.
Una vez hubo terminado su trabajo el hermano rapabarbas, el cura Andrés se despidió de él afectuosamente, rememorando en muy pocos minutos el tiempo pasado en el Seminario y las infantiles travesuras de los primeros años. El hermano barbero le deseó suerte y le pidió que no dejara de pasarse por el Seminario cuando viniese de visita al obispado.
Se dirigió seguidamente el cura Andrés a la capilla de la Eucaristía, que en aquel momento se encontraba vacía, iluminada únicamente con las tenues llamas de las velas rituales a ambos lados del Sagrario. Se arrodilló en el primer banco y extendiendo sus brazos formando una cruz con ellos y su tronco, inició unas plegarias en silencio, se mantuvo en esta actitud durante unos minutos, concluyó sus oraciones, se santiguó y al situarse en el corredor central volvió a santiguarse mientras hacia una genuflexión. Dejó la capilla y se encaminó al refectorio en donde los internos y sus preceptores estaban sentándose para tomar la comida del mediodía. Ocupó su sitio en su mesa habitual, compartida con seminaristas del ultimo curso, los que como él acababa de hacer, al término de la carrera pronunciarían sus votos. Las normas del Seminario no obligaban al silencio absoluto, pero recomendaban severamente limitar las conversaciones, así que simplemente saludó a sus compañeros de mesa con un:
- ¡Ave María Purísima Hermanos!
- ¡Sin pecado concebida!
- ¡Buenos días! y ¡Buen provecho!
Siguiendo la costumbre, el preceptor que le correspondía aquel día bendijo las viandas que estaban sirviendo y dio gracias a Dios por poder nutrirse con las mismas.
3
Los hermanos legos sirvieron la frugal pitanza, al tiempo del postre el Padre Rector se levantó y se dirigió a los presentes.
-Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo, hoy nos duele y nos alegra el mismo acontecimiento, todos ustedes saben que el Padre Andrés deja el Seminario, esto es la parte dolorosa, pues perdemos a un excelente alumno y compañero que se ha esforzado en aprovechar la vocación con que el Espíritu Santo le ha iluminado hasta llegar a su ordenación y convertirse en luchador de nuestra Fe. Y nos alegramos también al estar al corriente de que ha merecido ser nombrado por su Ilustrísima nuestro venerado Obispo, párroco de momento sustituto, de la feligresía de Villarejo, precisamente su pueblo de nacimiento, y a donde le espera una ardua labor misionera, por cuyo éxito todos elevamos nuestras oraciones al Santo Cristo de los Pastores, patrón de esa población. Para recuerdo de nuestro dolor por su ausencia y de nuestro regocijo por su destino, los hermanos cocineros nos obsequiarán con un copita de mistela, esperando que el Señor escuche nuestras oraciones y los buenos frutos del sacrificado trabajo del Padre Andrés permitan en un futuro no muy lejano reunirnos en celebraciones de más empaque.
Concluido el ágape, el primero en levantarse fue el Padre Andrés que se dirigió a la mesa de los preceptores y arrodillándose ante cada uno de ellos les besó la mano, mientras estos le susurraban breves frases de felicitación y aliento en la nueva etapa que comenzaba al día siguiente.
Después de cumplimentar a los maestros se dirigió a la parte del refectorio donde aún se hallaban en silencio los que hasta ese momento habían sido sus compañeros, prodigándose en livianos abrazos con los que había tenido una relación más intensa o continuada, todo ello con el cuidado exquisito de que no trascendiera ni a la vista ni oídos de preceptores y restantes
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Bien puedo decir que la historia de este cuento comienza allá por los últimos años del tercer decenio o principios del cuarto en el pasado siglo, en un día que Andrés recogía de su taquilla sus efectos personales que ordenaba y empaquetaba
Comienzo mal, debo rectificar y comenzar de nuevo el relato ajustándome más a lo que mi poca imaginación tenia preconcebido, quizá deba ser así.:
Eran los primeros días de la primavera de un año …, no importa mucho cual, en aquella época todos los años eran iguales, aquella mañana, mientras el cura Andrés recogía del armario situado junto a su cama en el Seminario Diocesano de Cuenca su modestos bártulos, que guardaba ordenadamente dentro de dos humildes maletas de cartón, no dejaba de pasear por su pensamiento una y otra vez lo escuchado en la audiencia privada a la que le había hecho asistir hacía pocos días el Sr. Obispo, inmediatamente después del rito de su ordenación sacerdotal.
-“Padre Andrés, su comportamiento en el Seminario y los informes que sobre su aprovechamiento, y pía manifestación de su vocación me llegan del Padre Rector, me obligan a darle la enhorabuena y congratularme de tener en mi Diócesis un soldado de Dios cuyo trabajo a partir de ahora confío se dedique con tesón y valentía a cuidar y encarrillar almas pecadoras, defendiendo y haciendo aún más grande la Santísima Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo”.
-“Aunque damos por cierto que en un futuro no lejano su labor clerical lo situará en responsabilidades de mayor alcance, al momento presente, recién ordenado y carente de experiencia de la vida mundana, hemos pensado para usted un destino que estoy seguro le ha de agradar y acéptelo como un premio a sus méritos de seminarista.”
-“Sabemos que usted es oriundo de Villarejo, cuya feligresía tiene asignado un anciano párroco, y este buen hombre de Dios hace tiempo se encuentra enfermo y necesitado de reposo y hemos tenido que darle nuestra licencia para que se recupere junto a su familia en Badajoz”
-“Pues bien, usted será párroco provisional, ya que de momento no podemos nombrarle titular, por lo que comenzará como es lógico como sustituto, pero si como esperamos su santa labor es la deseada, esta u otra parroquia de mayor responsabilidad será pronto suya”.
-“Damos por hecho que conoce bien a la gente de su pueblo. Ya sabe que allí quien ejerce de Alcalde es hombre muy afín a la CEDA y por tanto respetuoso y colaborador con la Santa Madre Iglesia, aunque en lo privado, su conducta y su moral pueden tener algún reparo. Se lo decimos solo como advertencia”
-“Estamos convencidos de que nuestra decisión contiene un reto muy personal para usted, pero que a la vez ha de suponer una satisfacción y un júbilo. Por este motivo ya hemos tomado la providencia de comunicar su nombramiento tanto a la autoridad municipal, como al comandante del cuartelillo de la guardia civil. Hemos advertido a ambos que en ausencia del párroco titular se ocupen de darle a usted el digno y debido recibimiento. Evidentemente, su primer acto de misacantano debe estar revestido de la solemnidad que la liturgia exige. De su alojamiento no nos hemos molestado sabiendo que su familia sigue viviendo en el pueblo. Así que hijo mío, prepare sus maletas y comience la labor que el Espíritu Santo le encomienda”.
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- “Ya no tengo nada más que añadir que mi enhorabuena y mi bendición – Concluyó así el Sr. Obispo su perorata, al tiempo que extendía su mano derecha para que el nuevo cura le besara arrodillado el anillo episcopal.
Terminó el cura Andrés de organizar sus enseres dentro de las maletas, dejando fuera de las mismas la vestimenta que portaría aquella tarde en su viaje a Villarejo.
Siguiendo los consejos del Padre Rector, bajó de los aposentos y se dirigió al pequeño habitáculo del hermano lego encargado de la barbería, el cual solo con verlo entrar inició una leve conversación.
- ¿Qué tal Padre Andrés?, ¿Preparándose para el viaje?. Pues siéntese y le arreglaré en un credo el pelo y la tonsura y si quiere le doy un repaso a la barba.
- Gracias hermano, solo el pelo y la tonsura, de mi poca barba me encargo yo, no me siento cómodo cuando alguien hace por mí lo que yo mismo puedo hacer, me entiende usted, ¿Verdad?.
Una vez hubo terminado su trabajo el hermano rapabarbas, el cura Andrés se despidió de él afectuosamente, rememorando en muy pocos minutos el tiempo pasado en el Seminario y las infantiles travesuras de los primeros años. El hermano barbero le deseó suerte y le pidió que no dejara de pasarse por el Seminario cuando viniese de visita al obispado.
Se dirigió seguidamente el cura Andrés a la capilla de la Eucaristía, que en aquel momento se encontraba vacía, iluminada únicamente con las tenues llamas de las velas rituales a ambos lados del Sagrario. Se arrodilló en el primer banco y extendiendo sus brazos formando una cruz con ellos y su tronco, inició unas plegarias en silencio, se mantuvo en esta actitud durante unos minutos, concluyó sus oraciones, se santiguó y al situarse en el corredor central volvió a santiguarse mientras hacia una genuflexión. Dejó la capilla y se encaminó al refectorio en donde los internos y sus preceptores estaban sentándose para tomar la comida del mediodía. Ocupó su sitio en su mesa habitual, compartida con seminaristas del ultimo curso, los que como él acababa de hacer, al término de la carrera pronunciarían sus votos. Las normas del Seminario no obligaban al silencio absoluto, pero recomendaban severamente limitar las conversaciones, así que simplemente saludó a sus compañeros de mesa con un:
- ¡Ave María Purísima Hermanos!
- ¡Sin pecado concebida!
- ¡Buenos días! y ¡Buen provecho!
Siguiendo la costumbre, el preceptor que le correspondía aquel día bendijo las viandas que estaban sirviendo y dio gracias a Dios por poder nutrirse con las mismas.
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Los hermanos legos sirvieron la frugal pitanza, al tiempo del postre el Padre Rector se levantó y se dirigió a los presentes.
-Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo, hoy nos duele y nos alegra el mismo acontecimiento, todos ustedes saben que el Padre Andrés deja el Seminario, esto es la parte dolorosa, pues perdemos a un excelente alumno y compañero que se ha esforzado en aprovechar la vocación con que el Espíritu Santo le ha iluminado hasta llegar a su ordenación y convertirse en luchador de nuestra Fe. Y nos alegramos también al estar al corriente de que ha merecido ser nombrado por su Ilustrísima nuestro venerado Obispo, párroco de momento sustituto, de la feligresía de Villarejo, precisamente su pueblo de nacimiento, y a donde le espera una ardua labor misionera, por cuyo éxito todos elevamos nuestras oraciones al Santo Cristo de los Pastores, patrón de esa población. Para recuerdo de nuestro dolor por su ausencia y de nuestro regocijo por su destino, los hermanos cocineros nos obsequiarán con un copita de mistela, esperando que el Señor escuche nuestras oraciones y los buenos frutos del sacrificado trabajo del Padre Andrés permitan en un futuro no muy lejano reunirnos en celebraciones de más empaque.
Concluido el ágape, el primero en levantarse fue el Padre Andrés que se dirigió a la mesa de los preceptores y arrodillándose ante cada uno de ellos les besó la mano, mientras estos le susurraban breves frases de felicitación y aliento en la nueva etapa que comenzaba al día siguiente.
Después de cumplimentar a los maestros se dirigió a la parte del refectorio donde aún se hallaban en silencio los que hasta ese momento habían sido sus compañeros, prodigándose en livianos abrazos con los que había tenido una relación más intensa o continuada, todo ello con el cuidado exquisito de que no trascendiera ni a la vista ni oídos de preceptores y restantes
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