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TRESJUNCOS: Hay primalas preciosas. Yo me enamoré de una. Su lana...

Hay primalas preciosas. Yo me enamoré de una. Su lana era entrefina y mis dedos se enredaban en ella, produciendome un inefable cosquilleo, que estremecía mi cuerpo desde la cabeza hasta el dedo gordo. Era tímida y cuando me quedaba mirándola fijamente, ella retiraba la vista y hacía que comía yeros. Sus ubres eran tersas, quizás algo apuntadas, pero suavemente vellosas, y del tamaño idóneo. Yo pensaba: "ordeñar a este animal mientras suenan las Estaciones de Vivaldi, debe ser algo sublime".

Aunque siempre se me insinuaba mostrándome el trasero, nunca quise sucumbir a sus encantos. ¡Oh, cómo olía! Su boca olía a hierba fresca. Con el calor, su cuerpo desprendía un olorcillo graso y lechoso de lo más sugestivo, un olor suprafemenino. ¡Ja, me río yo del Channel no º 5!

Un mal día la encontré muerta. Como los románticos del XIX, murió de tuberculosis. Enfermedad que yo le contagié, y para la que no fui capaz de poner remedio preventivo. El mundo se desmoronaba a mi alrededor. Desde entonces, cada día, me siento en una piedra de sal, al lado de su pesebre favorito, y sin usar palabras, hablo con ella. ¡Hable con ella! ¡Talk to Her! Algún día nos reuniremos en las nubes, en las nubes de su lana, y corretearemos felices por una vasta pradera verde, tapizada de tréboles, mielgas, collejas y grama.