El 1 de Agosto de 1847, un labrador, de apellido García, venía de acarrear la mies con la galera cargada hasta la bandera. Un hijo suyo, no mayor de 10 años, le acompañaba y, junto con él, volvía del campo subido en la galera. La mala fortuna quiso que el chiquillo cayera al suelo y fuera atropellado por la rueda, que le pasó por la mitad del tronco, quedando la criatura inerte en el suelo.
El padre, entre desgarradores lamentos y sollozos, intentaba reanimar torpemente al crío, a la vez que invocaba al Cristo del Pozo para que intercediera en su favor y devolviera la vida al crío. Desesperanzado por su impotencia, subió a su hijo de nuevo en la galera, lo afianzó, y partió hacia el pueblo, inmerso en el más profundo de los dolores que el ser humano puede experimentar.
Cuando fue a dar parte del suceso a la autoridad, y tomó el inanimado cuerpo de su hijo en brazos, comprobó que milagrosamente respiraba. Lo zarandeó nerviosa pero delicadamente, y respondió con un tenue balbuceo. ¡Estaba vivo!
Poco a poco el niño fue recuperando la consciencia. Sus fracturas consolidaron, y las heridas cerraron. El Cristo del Pozo le había devuelto la vida. La plegaria había sido escuchada y atendida por él. Como muestra de agradecimiento, el padre encargó una pintura votiva, para adorar al cristo y dejar constancia del milagro a las generaciones venideras.
El Converso.
El padre, entre desgarradores lamentos y sollozos, intentaba reanimar torpemente al crío, a la vez que invocaba al Cristo del Pozo para que intercediera en su favor y devolviera la vida al crío. Desesperanzado por su impotencia, subió a su hijo de nuevo en la galera, lo afianzó, y partió hacia el pueblo, inmerso en el más profundo de los dolores que el ser humano puede experimentar.
Cuando fue a dar parte del suceso a la autoridad, y tomó el inanimado cuerpo de su hijo en brazos, comprobó que milagrosamente respiraba. Lo zarandeó nerviosa pero delicadamente, y respondió con un tenue balbuceo. ¡Estaba vivo!
Poco a poco el niño fue recuperando la consciencia. Sus fracturas consolidaron, y las heridas cerraron. El Cristo del Pozo le había devuelto la vida. La plegaria había sido escuchada y atendida por él. Como muestra de agradecimiento, el padre encargó una pintura votiva, para adorar al cristo y dejar constancia del milagro a las generaciones venideras.
El Converso.