LA VENTOSA: NAVIDADES DE ANTAÑO…...

NAVIDADES DE ANTAÑO…
Anochecía en el pueblo de la Ventosa, y a medida que lo hacía disminuía el griterío de los chicos y algunas chicas que jugaban en la plaza del Eruelo.
Había nevado, y la nieve había cuajado en unos veinte centímetros de altura, por lo que a la vista, calles y plazas eran llanas como la palma de la mano. Eso sí, el Eruelo estaba pisoteado por un montón de chavales que tras salir de la escuela, formando dos equipos, jugaban a tirarse bolas de nieve, quedando eliminado el equipo cuyos componentes recibían más impactos.
Terminada la partida cada uno se fue a su casa, mojado el que más y el que menos y con las caras y manos heladas y rojas por el frío.
.- Abuela, quiero merendar – dijo Pedrito al entrar en su casa.
Su abuela Clara, ligeramente encorvada por tantos años dedicados al trabajo duro, se protegía del frío con medias negras que Ella misma elaboraba con hilo de lana y gruesas agujas de hacer punto. Vestía una saya negra de tela gruesa que le tapaba hasta los pies, y debajo de la misma un refajo también grueso. Completaba su atuendo con un mandil hasta por debajo de las rodillas, y una faltriquera alrededor de su cintura. Su cabeza, con el cabello liso y plateado por el tiempo la cubría con un pañuelo también negro. Pedrito siempre conoció a su abuela con ese atuendo. Ella, siempre llevaba luto por alguien…
Al ver a su nieto se iluminaron sus cansados ojos y le dijo:
.- Ven aquí hermoso y dale un beso a tu abuela mozón – y mientras lo besaba le secaba con una toalla que siempre había colgada de un clavo detrás de la puerta de entrada junto a un espejo desportillado pegado a la pared con yeso, le peinó su pelo mojado con raya al lado izquierdo, mientras le decía:
.- Ahora mismo te preparo la merienda mi rey, pero mientras tanto ve a ver a tu madre que quiere que hagas un mandao…
.- ¡Odo abuela ¡y ¿por qué no manda a mi hermana? ¡Jo, siempre a mí…¡
.- Anda mozón, le das un beso a tu madre y a tu hermana que están en el cernedor, y vienes que te doy de merendar una cosa que te va a gustar…
.- ¡Sí, a mi hermana le voy a dar un beso ¡– dijo Pedro enfurruñado mientras se dirigía al cernedor - ¡está lista la tontusca esa ¡
Entró en el cernedor, y vio a su madre salpicada de harina, inclinada sobre una artesa de madera en la que elaboraba con sus manos y brazos una masa con la que haría los panes que comerían en los próximos quince días. A su madre se la llenó la cara con una sonrisa de amor al verlo, y no se resistió a abrazarlo y besarlo mientras le manchaba de harina y exclamaba:
.- ¡Pero qué guapismo que es mi chico madre mía ¡,! y que rebién peinao que le ha dejao su abuela ¡¿A que sí Clarita, a que está guapo mi chico?
Clarita tenía once años. Era tres mayor que su hermano, y ayudaba a su madre tomando nota de las cantidades de harina, agua, sal y levadura para hacer quince panes redondos.
Levantó la vista hacia su hermano contestó con suficiencia de chica “mayor”:
.- Bueno, si usté lo dice madre…
.- ¡Pues claro que lo digo yo, y hasta el lucero del alba lo dice ¡- y lo seguía abrazando y manchando de harina…
.- Odo madre que me está usté poniendo bueno de harina – dijo Pedro escapando del abrazo de su madre – que me ha dicho la abuela que tengo que hacele un mandao.
.- Sí mozón, pásate un momento por el horno, y le dices a la tía Marialuisa que a qué hora puedo ir a cocer el pan mañana. Y que voy a cocer también diez docenas de mantecaos. Y vienes y me lo dices.
.- Vale madre, yo voy ¿pero por qué no manda usté a ésta? – y señaló a su hermana que sonreía pícaramente – que está ahí sentá sin hacer ná…
.- Sí hace hijo, me está ayudando con las cuentas para hacer la masa, y ahora vamos a hacer los mantecaos que tanto te gustan, y además ¡mi chico vale más que las pesetas ¡
.- Odo, yo valgo, yo valgo - murmuraba Pedro mientras se retiraba - pero siempre me tocan a mí los mandaos… abuela ¿está mi merienda?
.- Sí hermoso. Mira, a ver si te gusta.
La abuela había puesto encima de una gran rebanada de pan, una capa de almíbar de arrope, y encima un trozo de tan exquisita conserva de calabaza y miel.
Degustando golosamente tan exquisito manjar llegó Pedrito al horno y le preguntó a la hornera:
.- Tía Marialuisa, que dice mi madre que a qué hora puede venir mañana a cocer.
.- Hola Pedrito. ¿Te ha dicho cuántos panes quiere hornear?
.- Sí. Quince panes y diez docenas de mantecaos.
.- Vale hermoso. Dile que venga con la masa a las diez, y que va detrás de la Vicenta, la Larga. ¿No se te olvidará?
.- No, tía Marialuisa, ahora se lo digo. Adiós.
Aunque aún no era tarde ya era de noche, y la luz de las bombillas debajo de las tulipas de chapa distribuidas por las calles, se encenderían a las siete por mano del Lucero (electricista) encargado de esa tarea cada día. Pero no importaba, pues la tenue luz que quedaba del reciente día que se acababa de ir, se reflejaba en la nieve que cubría las calles, y era suficiente para que Pedrito llegara a su casa con el sonido del ras, ras, ras de sus pisadas al aplastar la nieve.
En las casas, los fuegos en las chimeneas que habían sido alimentados con leña todo el día para hacer las comidas, se avivaban a esa hora para hacer el aliño de las judías que cenarían esa noche, y al pasar por la calle delante de las ventanas, se veían destellos de cobre y colores rojo y amarillo producidos por las llamas. La nieve con su manto había neutralizado todos los olores habituales del pueblo, menos el de los aliños de especias y pimentón utilizados para los guisos de las cenas, y el del pan y bollería que se respiraba en los aledaños del horno.
Era mediado diciembre, y había en el pueblo otro olor que ni la nieve podía tapar.
Se mezclaba con el espíritu de las gentes, con su alegría y su pena, con sus sonidos de zambomba y pandereta, con el canto de los villancicos, con deseos de agradar, con las ilusiones de esperar, ver y abrazar al ausente que viene en estas fechas, y la pena de pensar en los que se ausentaron para no volver jamás…
Era el olor a la NAVIDAD.
En previsión del mal tiempo habitual cada año en esas fechas, los hombres del pueblo habían hecho provisión de leña para calentarse y cocinar.
Ramas de carrasca y piñas para encender chimeneas y estufas, y raíces de enebro, carrasca y olivo viejo para mantener el fuego.
También los hornos del pueblo habían hecho acopio de único combustible por aquel entonces, comprando cargas de leña a los labradores, que traían a lomos de mulas y burros, y era una apreciada ayuda para su economía.
Los campos estaban desiertos. Debajo de la nieve germinaban los granos sembrados por los labradores a mano, a voleo, a principios de noviembre, y cuando la nieve fuera derretida por el sol o la lluvia, lucirían como una alfombra verde sobre los campos. Las cepas podadas, en las que empezaban a asomar tímidamente en sus cortos tallos los brotes que se convertirían en largos y frondosos tallos, En los olivos, las aceitunas terminaban su maduración, para ser recogidas después de Reyes. Y en las madrigueras, los conejos, zorros, hurones, ratones etc, aguantaban como podían el tiempo de nevada, esperando poder salir a cazar para comer
En el pueblo en cambio había mucha actividad.
Los hombres, libres por unos días de las tareas reunirse en una cueva donde guardaban el vino y a la luz de un candil llenaban un jarro de del campo, empleaban su tiempo en el arreglo de sus aperos de labranza, albardas, serones, aguaderas etc, suministraban de agua sus casas trayéndola con burros cargados de aguaderas con cántaros de barro, desde las fuentes, a las que se llegaba por caminos embarrados, aguzaban las rejas de los arados en la fragua, reparaban y cosían los canastos de esparto y mimbre para la recogida de la aceituna. Hacían sogas y soguillos de esparto, que utilizarían en las tareas del campo como la siega, reponían alguna correa de sus albarcas haciendo agujeros con la lezna, y pasando a través de los mismos un hilo de bramante con una aguja grande, cosiendo la correa a la suela de gruesa goma, cosían sacos y costales de lona, atendían a sus animales, burros y mulas, dándoles pienso y agua en las cuadras, cambiaban la cama a los cerdos quitándoles la paja sucia y poniendo paja nueva etc, y cada día buscaban un rato para al anochecer, después de cumplir con sus tareas, barro, y mientras comentaban cosas del campo, del pueblo y sus gentes, bebían todos del... continúa en el siguiente.