Por razones que no vienen al caso, hoy he pasado gran parte del día en urgencias de un hospital, el reconocido como mejor hospital público de la provincia. Digo hoy, porque son las dos de la madrugada cuando escribo estas líneas motivada por todo lo que he visto. He visto como la gente se debate entre la vida y la muerte. Entenderán que no me refiero a la novela de los años setenta de Michael Crichton, autor de Parque Jurásico. Aunque un parque jurásico en movimiento pareciera la sala de espera que permanece sin retoque ni saneamiento alguno desde hace veinte años que se hizo el hospital. La decoración más valorada deben ser los agujeros y roturas incorporadas en los sillones destinados a los pacientes o los muebles abandonados en el pasillo por no tener lugar donde ubicarlos. No sé sí es por los muchos años que no pisaba un hospital público o porque suele ser así, lo cierto es que me ha llamado la atención la amabilidad de las señoritas de recepción a la hora de recibir a los pacientes.
He visto cómo hay profesionales que atienden con un amor especial y buen sentido del humor a los usuarios. He visto cómo la sala de espera, no demasiado llena, soportaba el lento trasiego de los enfermos. Allí siempre estaban los mismos. He visto cómo una señora daba dos patadas y varios chillidos hasta conseguir que la atendieran enseguida. He visto cómo se ha tardado en suministrar la medicación a una joven con tez pálida y ojos traspuestos, con mirada perdida reflejando el dolor, que permanecía retorciéndose por un cólico nefrítico durante seis largas horas, hasta que por fin alguien se ha dado cuenta de que estaba allí entre quejido y quejido y sin poder sostenerse de pie. Alguien con cuerpo de enfermera enseña dientes y acritud en sus gestos con voz de ordeno y mando le suministra, a Dios gracias, medicación por vía intravenosa para calmar su dolor. Tras seis horas, señores. ¿Paciencia o subsistencia a la fuerza?
He visto cómo una señora se quejaba en voz alta porque llevaba otras tres o cuatro horas en la sala de espera con una gastroenteritis aguda y todavía no la habían atendido. Ya no le quedaba nada por expulsar de su cuerpo ni modo de calmar el dolor, sin embargo, decía que a la señora que la había liado a patadas y gritos, se le había dado una atención y trato preferente. Llegar y marcharse, atendida y servida. Me faltó preguntarle si se había ido meadita y cagadita.
He visto a un adolescente acompañado de su madre que se incorporaba al colectivo de enfermos al parecer con un posible principio de neumonía. Tras dos horas de espera pasó a ser otro objeto decorativo más en calidad de paciente. Se va creando ambiente. Pasan al chaval a otra salita donde le extraen sangre para una analítica. El chico se marea y hay que ponerlo en camilla. Cuando está en la camilla se desmaya. Se queda con la mirada perdida y la madre, tras ver la situación y que nadie hace nada, le pone los pies en alto apoyados en un bolso. El chico sigue mareado. De pronto la enfermera enseña dientes ordena que se siente inmediatamente al chaval en silla ruedas para trasladarlo a la salita de espera. La madre, con sudores fríos y cara pálida sin reflejo de color alguno, porque hablamos de un menor, ruega que espere que está mareado a lo que la susodicha enfermera, replica: « ¡A la sala de espera que hay más pacientes!». ¿Cómo? ¿Acaso este no es un paciente? ¿Acaso no necesita atención una persona que se ha desmayado y permanece medio inconsciente? ¿Acaso no es el protocolo de atención médica para estos casos poner el cuerpo en vertical, estirado y los pies en alto?
He visto cómo los pacientes se alarman en la sala de espera por lo sucedido con el chaval. Pues allí lo llevan en estas condiciones. La madre pide hablar con el jefe de Urgencias, máximo responsable de la guardia. A la hora se presenta el señor en la sala repleta de enfermos o quizás objetos decorativos. Ahí se planta el jefe preguntando a voces quién quería hablar con él como si de una verdulería se tratara. Ante la imposición del discreto señor, la madre del niño, mareado todavía y semiconsciente, le contesta que los señores hablan en despachos con mayor discreción. La reunión en el despacho es muy sencilla de describir. El respetable profesional va de «aquí mando yo» y usted no enlaza bien lo que habla. ¿Su hijo es sordo o mudo? Pues a la salita. Tras minutos de conversación pide disculpas como para quitarse de encima la metedura de pata. Entre tanto, el menor, se ha vuelto a desmayar, es atendido por los pacientes o compañeros del decorado de la sala de espera.
Se incorpora uno nuevo al lugar de la paciencia, con la cabeza ensangrentada y vendada, una persona mayor, casi le hacen pasar al instante, pero esa persona con mayúsculas muestra de una generosidad sin límites cuando sugiere que primero quiere que pasen al menor. Visto en Urgencias.
El comentario general entre el personal y la resinación de los pacientes era que parte de la culpa se debía a los recortes en sanidad, Visto el panorama e pensado,- por que tienes mucho tiempo para pensar -? Si los responsables del los recortes Gobierno y oposición se verán en estos trances con algún familiar enfermo ¿? o si somos siempre los mismos, los que nos toca sufrir los recortes y apechugar con la mas fea y mal educada ¿Asta cuando
UNO MAS
He visto cómo hay profesionales que atienden con un amor especial y buen sentido del humor a los usuarios. He visto cómo la sala de espera, no demasiado llena, soportaba el lento trasiego de los enfermos. Allí siempre estaban los mismos. He visto cómo una señora daba dos patadas y varios chillidos hasta conseguir que la atendieran enseguida. He visto cómo se ha tardado en suministrar la medicación a una joven con tez pálida y ojos traspuestos, con mirada perdida reflejando el dolor, que permanecía retorciéndose por un cólico nefrítico durante seis largas horas, hasta que por fin alguien se ha dado cuenta de que estaba allí entre quejido y quejido y sin poder sostenerse de pie. Alguien con cuerpo de enfermera enseña dientes y acritud en sus gestos con voz de ordeno y mando le suministra, a Dios gracias, medicación por vía intravenosa para calmar su dolor. Tras seis horas, señores. ¿Paciencia o subsistencia a la fuerza?
He visto cómo una señora se quejaba en voz alta porque llevaba otras tres o cuatro horas en la sala de espera con una gastroenteritis aguda y todavía no la habían atendido. Ya no le quedaba nada por expulsar de su cuerpo ni modo de calmar el dolor, sin embargo, decía que a la señora que la había liado a patadas y gritos, se le había dado una atención y trato preferente. Llegar y marcharse, atendida y servida. Me faltó preguntarle si se había ido meadita y cagadita.
He visto a un adolescente acompañado de su madre que se incorporaba al colectivo de enfermos al parecer con un posible principio de neumonía. Tras dos horas de espera pasó a ser otro objeto decorativo más en calidad de paciente. Se va creando ambiente. Pasan al chaval a otra salita donde le extraen sangre para una analítica. El chico se marea y hay que ponerlo en camilla. Cuando está en la camilla se desmaya. Se queda con la mirada perdida y la madre, tras ver la situación y que nadie hace nada, le pone los pies en alto apoyados en un bolso. El chico sigue mareado. De pronto la enfermera enseña dientes ordena que se siente inmediatamente al chaval en silla ruedas para trasladarlo a la salita de espera. La madre, con sudores fríos y cara pálida sin reflejo de color alguno, porque hablamos de un menor, ruega que espere que está mareado a lo que la susodicha enfermera, replica: « ¡A la sala de espera que hay más pacientes!». ¿Cómo? ¿Acaso este no es un paciente? ¿Acaso no necesita atención una persona que se ha desmayado y permanece medio inconsciente? ¿Acaso no es el protocolo de atención médica para estos casos poner el cuerpo en vertical, estirado y los pies en alto?
He visto cómo los pacientes se alarman en la sala de espera por lo sucedido con el chaval. Pues allí lo llevan en estas condiciones. La madre pide hablar con el jefe de Urgencias, máximo responsable de la guardia. A la hora se presenta el señor en la sala repleta de enfermos o quizás objetos decorativos. Ahí se planta el jefe preguntando a voces quién quería hablar con él como si de una verdulería se tratara. Ante la imposición del discreto señor, la madre del niño, mareado todavía y semiconsciente, le contesta que los señores hablan en despachos con mayor discreción. La reunión en el despacho es muy sencilla de describir. El respetable profesional va de «aquí mando yo» y usted no enlaza bien lo que habla. ¿Su hijo es sordo o mudo? Pues a la salita. Tras minutos de conversación pide disculpas como para quitarse de encima la metedura de pata. Entre tanto, el menor, se ha vuelto a desmayar, es atendido por los pacientes o compañeros del decorado de la sala de espera.
Se incorpora uno nuevo al lugar de la paciencia, con la cabeza ensangrentada y vendada, una persona mayor, casi le hacen pasar al instante, pero esa persona con mayúsculas muestra de una generosidad sin límites cuando sugiere que primero quiere que pasen al menor. Visto en Urgencias.
El comentario general entre el personal y la resinación de los pacientes era que parte de la culpa se debía a los recortes en sanidad, Visto el panorama e pensado,- por que tienes mucho tiempo para pensar -? Si los responsables del los recortes Gobierno y oposición se verán en estos trances con algún familiar enfermo ¿? o si somos siempre los mismos, los que nos toca sufrir los recortes y apechugar con la mas fea y mal educada ¿Asta cuando
UNO MAS