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LA VENTOSA: Eran las 6 de la tarde cuando llegó a la entrada del...

Eran las 6 de la tarde cuando llegó a la entrada del pueblo, y aparcando su coche en el cruce de caminos, tomó el de la derecha y fue andando hasta llegar a aquel lugar mágico de sus juegos con Isabel.
Era un bosquecillo de pinos entre los que pasaba un arroyo, y desde que tenían 12 años El, y 10 Ella, había sido elegido para contarse sus cosas, jugar con el agua, y soñar lo que harían de mayores.
Carlos pensaba con cierta emoción no exenta de tristeza, como había pasado el tiempo, y como había cambiado todos sus planes de adolescente.
A los 16 años sus padres le habían mandado a estudiar a Salamanca, y aun recordaba con tristeza la despedida con Isabel en aquella tarde de principios de septiembre, en “su” bosquecillo de pinos.
.- Me olvidarás Carlos.-le dijo Isabel con los ojos húmedos a punto de llorar.
.- Creo que no Isabelita, ¿porqué te voy a olvidar?- contestó El haciendo esfuerzos para que su voz sonara segura.
.-Porque te mandan a estudiar con curas.
.- No mujer, el colegio lo dirigen los salesianos pero los profesores no son curas excepto los de religión y lengua.-contestó Carlos..-Además solo estaré allí hasta que entre en la universidad, y volveré al final del curso…
.- Pero saldrás de paseo y te fijarás en las chicas y…
.- Y cada chica que vea.- le interrumpió El.- me recordará estas trenzas y esta carilla pecosa, boba.
.- ¿Me escribirás entonces y te acordarás de mi?
.- Sí, y sí.- prometió Carlos, y cogiendo su cara pecosa posó sus labios en los de ella en un dulce y casto beso, sellando así su promesa.
Isabel mantuvo siempre una estrecha relación con la madre de Carlos, y por esta supo de la vida de El, de sus estudios y de su llegada al pueblo en el primer permiso concedido después de Ordenarse Sacerdote hacía un mes. Habían pasado 10 años desde su partida.
Horas antes del inicio de su viaje al pueblo, Carlos recibió un SMS de Isabel en el que escuetamente decía, “te espero a las 18’30 horas en el bosquecillo, antes de que llegues al pueblo. Un beso”.
Llegó al bosquecillo y sus recuerdos llegaron en tropel a su cabeza, al tiempo que las lágrimas a sus ojos, deseando con todo su corazón que Ella le comprendiera.
.- Pensaba lo mucho que había querido a Isabel, y lo que la echaba de menos en la soledad del internado, hasta que sintió la llamada de Dios. A partir de ese momento ese amor adolescente quedó desplazado y se convirtió en ternura, en amor de hermana, y siempre que la recordaba afloraba a sus labios una sonrisa. Dios llenaba su corazón de amor, y su cabeza le pedía avanzar cada día más en su Conocimiento.
A través de su madre, supo de la enfermedad de Isabel. Por lo que su madre decía, era una enfermedad del alma que la hacía languidecer día a día y que empezó coincidiendo con su entrada en el seminario.
El sufría cuando leía esas cosas en las cartas de su madre, pero ponía más ahínco en los Estudios Eclesiásticos y rezaba cada día más y más por Ella. Y así, los días, los meses y los años fueron pasando…
Allí estaba El, con traje, camisa y zapatos negros y alzacuellos blanco, y pelo corto negro, en el que asomaba alguna cana, y allí estaba Ella, vestido y rebeca de punto blancos, medias y zapatos del mismo color, y pelo largo rubio enmarcando una bellísima cara con unos preciosos ojos azules algo apagados.
.- Hola Carlos.-dijo Ella, tendiéndole las manos.
Carlos se volvió sobresaltado, pues no la había visto llegar ensimismado como estaba en sus pensamientos.
.- Hola Isabel, me has asustado, estaba despistado y … ¿Cómo estás?.- preEstás helada.- le dijo.- y quitándose la chaqueta se la puso sobre los hombros