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LA VENTOSA: Le preocupaba el modo autoritario de la carta, pero...

Le preocupaba el modo autoritario de la carta, pero por otra parte pensaba, ¿Qué pasa, que van a mandar a alguien para que le diga…? ¡Vamos anda! Están locos si piensan que les voy a decir nada. Si se lo digo me caen 20 años, y si me callo dentro de 8 o 10 estoy en la calle. ¡Listos, que son unos listos!
El Cejas tenía 40 años y estaba cumpliendo una condena de 20 años por asesinato. En una partida de cartas habían sacado las navajas a relucir otro jugador y El, y queriendo, o sin querer mató a su contrincante. Llevaba cinco años entre rejas. Le llamaban el Cejas porque se le juntaban las cejas por encima de su ancha y achatada nariz, fruto de los golpes recibidos en su delictiva vida.
En los cinco años de recluso se había ganado a pulso el respeto y el temor de todos los presos de la cárcel. Bueno a pulso, a palizas, rompiendo dientes y huesos, y mandando a la enfermería por pinchazos de arma blanca a unos cuantos.
El Cejas era el amo de la cárcel, si quería tabaco simplemente lo pedía y lo obtenía, y si quería que alguien hiciera algo por El, solo tenía que mandar a uno de los muchos elementos de su camarilla para transmitir y ordenar su deseo, y el elegido lo hacía sin más en cuanto le decían quien era el ordenante. Hasta tal punto era así que hasta los guardias hacían la vista gorda ante muchos de los desmanes del Cejas, y naturalmente ante la falta de las denuncias de los perjudicados, que declaraban haberse caído en las duchas o escaleras, antes de reconocer que habían recibido una paliza por parte del Cejas o de sus secuaces, pues las consecuencias de su denuncia podían llevarles a la enfermería con algún pinchazo o hueso roto.
Tenía en su celda televisor, ordenador y hasta teléfono móvil. Este último lo usaba siempre en privado, sin que nadie, excepto los de su camarilla le vieran, porque tampoco era cosa de arriesgarse, y también tenía en la calle a la Puri, su mujer, y un hijo de 18 años, el Toñín, que malvivían en una casucha de un poblado en los arrabales de Sevilla, subsistiendo con lo que sacaban de la venta de baratijas en los rastrillos.
La Puri, le visitaba dos veces al mes, y le llevaba lo que podía, que podían ser un par de paquetes de tabaco y veinte o treinta euros. El Cejas tampoco pedía más.
Ese día se desarrollaba como otro cualquiera para el Cejas hasta que recibió recado de que tenía una visita. Se extrañó pues no era día de visita de la Puri, y acudió preocupado al locutorio, donde en una cabina le esperaba su visitante.
Este resultó ser un hombre joven como de 30 años, pelo rubio, como tostado, y largo hasta los hombros, recogido en una coleta. Sus ojos eran de color azul, llevaba unas gafas de graduación media y un pendiente de oro con forma de bolita en su oreja izquierda, y lucía un bigote muy cuidado y recortado del color del pelo. Completaba su atuendo un traje gris y camisa blanca con cuello abierto.
El Cejas se sentó y el desconocido hizo lo mismo al otro lado del cristal blindado.
¿Quién es usted y que quiere, le conozco? – preguntó el Cejas.
-El visitante le contestó.-No importa quién soy, sino lo que quiero de usted, que le diré, si está dispuesto a escucharme. ¿Lo está?.
.- Lo estoy, ¿de qué se trata?
.-Debo advertirle – dijo el desconocido- que lo que le voy a pedir que haga está dentro de lo que usted hace aquí a los presos un día sí y otro también, y será ampliamente remunerado por ello, y sobre todo, debe quedar entre usted y yo. Ahora, antes de irme recibirá 500 euros, y cuando haga mi encargo Puri, su mujer, recibirá 5.500 euros. ¿le interesa?.
-Oiga, si se trata de matar a alguien, se ha equivocado de hombre- dijo el Cejas al tiempo que se ponía de pie para marcharse.- yo no…
¡! Siéntese hombre, siéntese y no llame la atención!- le dijo el desconocido con tono enérgico. –Ya se cuidará usted mucho de matar a nadie, y menos por encargo nuestro. No se trata de eso.
- ¿Entonces porque me regala 6.000 euros? –dijo el Cejas. ¿No será por mi cara bonita?.
-Tome.- dijo el desconocido alargándole un sobre abultado.- Ahí va el dinero para usted, y las instrucciones de lo que tiene que hacer. Léalas despacio y haga exactamente lo que se le manda, y no haga nada por su cuenta. Cuando me vaya, llame a su mujer y le dice que alguien le entregará mañana un sobre con 1.000 euros. Que no haga preguntas. El resto del dinero lo recibirá su mujer cuando el trabajo esté hecho,- ¿me ha entendido bien?.
-Le he entendido, pero ¿qué pasa si cuando lo lea no quiero hacerlo? –le contestó el Cejas.
-En este momento, antes de que me vaya -dijo el desconocido- tiene que decidirse. Lo que le mandamos hacer es pan comido para usted, pero si no quiere me devuelve el sobre y tan amigos. Ahora bien, si se queda el sobre, lo lee, y no hace lo que se le manda en el plazo señalado, otra persona de este Centro está preparada para hacerle a usted lo mismo que le mandamos hacer. Usted decide, pero ya. Ah, y otra cosa, cuando haya memorizado lo que se le manda, rompa en mil pedazos el escrito y lo tira por el inodoro.
-Váyase tranquilo, que se hará como usted dice-dijo el Cejas.
Terminada la visita el Cejas volvió a su celda, y abrió el sobre sacando del mismo 500 euros en billetes de 10 y de 20, y una cartulina azul cuyo texto leyó con la máxima atención varias veces. Se tranquilizó al comprobar que lo que se le pedía, aunque se la pusieron los pelos de punta, y no era habitual en su quehacer diario, podía realizarlo y además con cierto placer al saber quién sería su víctima.
La cartulina azul como firma, tenía las siglas G. R. D. que no le dijeron nada, y cuando terminó de releerla, la rompió y arrojó al inodoro.
Aquel día el compañero de celda del Asesino sufrió unos dolores de estómago terribles. Había estado bebiendo con un amigo del Cejas, y había cogido una cogorza al borde del coma etílico. Le encontraron un poco antes de la cena en una ducha de los servicios sin conocimiento, y le llevaron a la enfermería donde pasaría la noche ingresado.
Continuará...