Las calabazas una vez vaciadas y limpias les haciamos la boca, los ojos y la nariz y pasabamos a denominarlas calaveras. Se ponian en los cerros, uno de ellos era el cerro Las Cruces, y otras veces lo haciamos en el cementerio, el que se atrevia. Bien entrada la noche nos dirigiamos al lugar e introduciamos una vela encendida en el interior de la calavera cuyo resplandor se divisaba en la leganía.
-Redero-.
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