Salimos del santo lugar y nos sentamos bajo la noguera que hay frente al santuario, mi acompañante sobre unas piedras que hay contra la pared de un cobertizo y yo directamente en el suelo, sobre una piedra plana. Ambos nos quedamos en silencio durante unos momentos, disfrutando de la vista del santuario, de los porches y la cúpula octogonal que luce a la cabecera. El tejado vierte a dos aguas y a los pies hay un antiestético edificio encalado, construido sobre el mismo solar donde se hallaba la casa ... (ver texto completo)