En el año 1177, el rey Alfonso VIII conquista la ciudad de
Cuenca, al frente de las tropas castellanas. El soberano permaneció en ella diez años, en los cuales supervisa directamente la repoblación de la villa, reorganiza el espacio urbano, promueve la creación de la ceca monetal e inicia la construcción de la
catedral y las diversas
parroquias.
En los últimos días de 1189, o en enero de 1190, el monarca otorga a la ciudad el Fuero de Cuenca, considerado por los juristas como uno de los más perfectos códigos
medievales. Es un documento escrito en latín, traducido posteriormente al castellano. Es el prototipo de los posteriores fueros de Castilla,
León,
Aragón y
Portugal.