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BELMONTE: A Nuestra Señora...

A Nuestra Señora
Virgen que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
Los ojos vuelve al suelo,
y mira a un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza:
Y si mayor bajeza
no conoce ni igual juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena:
Con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.
Virgen, en cuyo seno
halló la Deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
Si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado:
Descubre el deseado
rostro, que admira el cielo, el suelo adora,
y las nubes huirán, lucirá el día:
Tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste noche mía.
Virgen y Madre junto,
de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
Mira cómo empeora
y crece mi dolor más cada punto,
el odio cunde, la amistad se olvida:
Si no es de ti valida
la justicia y verdad, que tú engendraste,
¿a dónde hallarán seguro amparo?
Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi desamparo.
Virgen del sol vestida,
de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la luna:
Envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio cruel, poder sin ley ninguna,
me hacen guerra a una.
Pues contra un tal ejército maldito,
¿Cuál pobre y desarmado será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?
Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento:
Miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento.
Los unos con contento,
los otros con espanto, el más pïadoso
con lástima la inútil voz fatiga:
Yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy la onda enemiga.
Virgen, del Padre Esposa,
dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
Si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de valedores, de armas la mentira:
La miserable vida,
sólo, cuando me vuelvo a ti, respira.
Virgen, que al alto ruego
no más humilde Sí diste que honesto,
en quien los cielos contemplar desean:
Como terrero puesto,
los brazos presos, de los ojos ciego,
a cien flechas estoy que me rodean,
que en herirme se emplean;
Siento el dolor, mas no veo la mano;
ni puedo huir, ni me es dado escudarme:
Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti librarme.
Virgen, lucero amado,
en mar tempestuosa clara guía,
a cuyo santo rayo calla el viento:
Mil olas a porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena,
ya por el suelo va, ya el cielo toca:
gime la rota antena:
Socorre antes que embiste en cruda roca.
Virgen, no inficionada
de la común mancilla y mal primero,
que al humano linaje contamina:
Bien sabes que en ti espero
desde mi tierna edad; y, si malvada
fuerza, que me venció, ha hecho indina
de tu guarda divina
mi vida pecadora: tu clemencia
tanto mostrará más su bien crecido,
cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser valido.
Virgen, el dolor fiero
añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea.
Mas oye tú al doliente
ánimo, que continuo a ti vocea.

del maestro Fray Luis de León