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BELMONTE: El hijo de duque y la hija del molinero...

El hijo de duque y la hija del molinero

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Érase una vez un joven y apuesto mancebo hijo del Duque señor de aquellas tierras que un día de cacería fue persiguiendo un venado al cual había herido con su flecha, y en la euforia de haber logrado herir al animal se fue alejando del resto del grupo de hidalgos y ricos hombres de su sequito con los cuales había salido por la mañana de montería.

Eduardo, que era el nombre de tan apuesto doncel no se había dado cuenta de que había salido del limite de los montes en los cuales había ido a cazar y el venado mal herido y cada vez con menos fuerza se dirigía al vado del río donde lo llevaba su querencia ya que había perdido mucha sangre y sus instinto y su fuego interno lo llevaba a calmar este con el frescor de las aguas del río por el vado donde tantas veces había ido a abrevar.

Pero esto era casi al caer la tarde y ¡OH! sorpresa el venado vino a caer sin vida un poco antes de llegar al vado donde se encontraban Imelda y su hermana Florinda que acababan de recoger la ropa que habían tendido después de haberla lavardo.

Las muchachas se sobrecogieron al ver que venia un jinete a todo galope en dirección donde ellas estaban, Florinda que era la menor se acorruco en los brazos de su hermana Imelda llena de miedo, pues el jinete llego donde estaban las dos muchachas y al instante descabalgo de su montura, y cogiendo al caballo jadeante por la carrera de la brida se acerco a las muchachas y les dijo “ No tengáis miedo porque nada debéis de temer” soy el hijo del Duque don Sebastián y me llamo Fernando.

La muchachas parece que se tranquilizaron, Fernando se desmontero y fue al río y mientras el caballo bebia agua con toda fluidez el también se refresco y de su jubón saco una bebida refrescaste que llevaba, la cual ofreció a las muchachas y estas la rechazaron.

El doncel al mirar los ojos de IMELDA sintió como su corazón latía con fuerza y es que la muchacha era de extraordinaria belleza y todo su cuerpo guarda una armonia con la hermosura de su cara y su pelo negro como la endrina.

Imelda, por otra parte sintió también el aguijón del deseo en su interior pero no lo quiso demostrar, una vez pasado aquel primer momento, lo tres jóvenes empezaron a tomar confianza y a contar cosas que les hacian reír, pero Fernando e Imelda sentía una atracción mutua que antes no la habían sentido.

El joven y apuesto doncel, quiso obsequiar a las muchachas con el venado el cual cargo en su grupa y cogiendo al caballo por la brida acompaño a las don hermanas hasta el MOLINO, donde después de intercambiar sus miradas se despidieron con la promesa que pronto volvería a verse otra vez.

El Joven duque después de montar en la grupa de su caballo, miro otra vez a Imelda y se despidió de ellas con un hasta pronto.

Y colorín, colorado este cuento aquí lo he acabado.