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BELMONTE: También en el 399 escribe la obra Contra el maniqueo...

También en el 399 escribe la obra Contra el maniqueo Secundino, en el que responde a su invitación a retornar al maniqueísmo. El mismo santo lo estima como su mejor escrito antimaniqueo19, fruto de años de meditación acerca de la desilusión maniquea que sufrió20. Finalmente, los dos libros Sobre los hechos con el maniqueo Félix recogen la discusión que mantuvo con él el 404. A lo largo de esta amplia bibliografía, San Agustín considera todas las cuestiones importantes planteadas por la secta maniquea, y muestra la inviabilidad del dualismo haciendo hincapié especialmente en la unicidad de Dios y en la inmutabilidad divina, en la diversa naturaleza del bien y del mal21, en el concepto de creación de la nada, en la unidad de la Escritura y en la unidad del hombre22.
Toda la disputa agustiniana contra los maniqueos ha de ser leída en paralelo con su exposición acerca de las relaciones entre gracia y libertad (que ulteriormente dará lugar a la famosa controversia De auxiliis entre dominicos y jesuitas23), natural y sobrenatural, que tan honda repercusión tendrán en la filosofía y teología24. Sin contar su influencia decisiva en la teorización que sirvió de fundamento a la milenaria praxis pedagógica católica25, hasta su disolución moderna y posmoderna a raíz de que la jerarquía católica se rindiera admirativamente al democratismo y al socialismo26.
Esta palabras de Santo Tomás de Aquino muestran como precisó, llevando a su perfección, el pensamiento del obispo de Hipona: «Agustín en el libro Contra los Maniqueos dice: así como la tierra antes del pecado, se regaba de una fuente, y, después del pecado, necesita la lluvia prominente de las nubes, así la mente humana, significada con la tierra, antes del pecado era fecundada por la fuente de la verdad; después del pecado necesita la enseñanza de los otros, como una lluvia que baja de las nubes. Luego, después del pecado, el hombre es enseñado por el hombre»27.
El error del voluntarismo de Lutero, discípulo del nominalismo de Ockham, que tan deletéreas consecuencias ha proporcionado desde entonces al mundo entero, consistió en separar a San Agustín de Santo Tomás de Aquino.
Así es, separó la filosofía aristotélico-tomista, la racionalidad aplicada a la comprensión en su totalidad del depósito de la fe; de la teología de la fe agustiniana, imperfecta en su estructuración filosófica debido a su precario aparato conceptual, y, por consiguiente, expuesta a ser fácilmente tergiversada.
Pero hay que tener en cuenta que Santo Tomás no solo es discípulo de San Agustín, sino que también es su heredero.
A través de su maestro, San Alberto Magno, el Aquinate hereda mucho del neoplatonismo cristiano-helénico, en el pseudoDionisio, el «areopagita», para los medievales. Se ha escrito que Santo Tomás es el más platónico de los aristotélicos, y sería también justo decir que es un teólogo discípulo de San Agustín que asume, en la construcción de una síntesis teológica, el pensamiento aristotélico. Santo Tomás como intérprete lúcido de Aristóteles, realiza con el aristotelismo lo que él mismo afirma haber realizado San Agustín con el platonismo: aceptar lo racionalmente verdadero, y por lo mismo conciliable con la verdad revelada, y rechazar lo falso, incompatible con la fe. El alegato tomista es nítido: pretender armonizar la fe con argumentaciones filosóficas no suficientemente fundadas racionalmente, ni estrictamente demostrativas, no conduce a la defensa del misterio revelado, sino que da ocasión a la burla de los infieles y al desprestigio de la fe misma.
Santo Tomás no asumió el aristotelismo con la actitud de quien sigue una corriente determinada, algo así como una moda intelectual.
Efectivamente, pues en la historia del pensamiento se encuentran pocos hombres que, como el Aquinate, posean una actitud tan consciente de independencia intelectual al servicio de la verdad. En la doctrina sagrada los principios están en las verdades reveladas contenidas en lo símbolos y enseñadas por la Iglesia28, y en este sentido en ella el argumento de autoridad es máximo. Entiéndase que se trata de la autoridad divina, y que más hay que atender a la Iglesia que a San Agustín, a San Jerónimo o a cualquier otro doctor29. La misma razón del teólogo no puede someterse del mismo modo a la Tradición de la Iglesia que a la autoridad particular de los doctores.
En el terreno de los conocimientos asequibles a la razón humana por su misma luz natural, el argumento de autoridad es el ínfimo. Los hombres no filosofan por saber qué han dicho otros hombres, sino buscando conocer la verdad de las cosas. Santo Tomás no asume el aristotelismo como una especie de opción por la cultura vigente que estaba irrumpiendo en su tiempo, sino porque está convencido de las verdades de orden metafísico, filosófico natural, antropológico y ético que puede hallarse en su obra. De ahí que el doctor angélico diga, con sutil ironía, que San Agustín siguió a Platón cuanto soportaba la fe católica30. Advertencia implícita a sus adversarios agustinianos: si desde el aristotelismo pueden surgir interpretaciones incompatibles con la concepción cristiana del universo y del hombre, lo mismo podría ocurrir con el platonismo, desviación que consiguió ser evitada por el obispo de Hipona cuya autoridad había sido hegemónica hasta entonces en la Cristiandad occidental. Santo Tomás no silencia el grave peligro para la fe que se corría desde un platonismo incondicional: «es contrario a la fe afirmar que las esencias de las cosas no existen en las cosas mismas»31. Desde el platonismo podría dejarse de lado la realidad del mundo material para moverse solo en el mundo inteligible de las esencias y de las ideas; y desde esta perspectiva toda la doctrina revelada sobre la Encarnación, y la concreta historia de la salvación, tendrían que ser leídas solo como mitos sensibilizadores de una realidad esencial ajena a la concreción histórica. Esto y no otra cosa será el modernismo.
¿Qué es lo que mueve al Aquinate, en lo filosófico, a la recepción del pensamiento aristotélico?
La actitud armónica y sintetizadora de Santo Tomás de Aquino, no intenta conciliar opuestos como Hegel, sino reconocer el carácter complementario y correlativo de los principios que integran las realidades finitas del universo creado. En las concepciones aristotélicas encuentra un instrumento apto al servicio de la misma ciencia sagrada:
a. Sobre el origen sensible del conocimiento intelectual y la unidad sustancial del hombre.
b. Sobre la analogía de los conceptos ontológicos.
c. Sobre las estructuras acto-potencia que hacen posible explicar el devenir en el ente, y la naturaleza de los individuos poseedores de una misma esencia materialmente singularizada.
Separar a San Agustín y la patrística de Santo Tomás y Aristóteles, fue obrado en primer lugar por el luteranismo (fideísta y nominalista) en el siglo XVI, posteriormente por el jansenismo (racionalista y mecanicista) en el siglo XVII, por la Ilustración (deísta y voluntarista) en el siglo XVIII y finalmente por la Nouvelle theologie, en un movimiento envolvente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial32. Esta corriente, oponiendo patrística a escolástica, especialmente a la tomista y a la suareciana33, ha supuesto la actual disolución de la teología católica, bien en mera sociología (monismo materialista) o bien en un fideísmo (monismo espiritualista). Lejos de contraponerse, estos contrarios son asumidos simultáneamente, en clave dialéctica hegeliana, por el gnosticismo de la posmodernidad, tanto a nivel civil como eclesiástico. De este modo, la institución eclesial su conjunto se encuentra cada vez más alejada del ejercicio de la razón filosófica (de la tradición filosófica católica anterior a la modernidad); y, por consiguiente, más plegada al sentimentalismo posmoderno34.
Durante la época barroca no puede concebirse la singularidad de la escolástica española si no se observa el panorama europeo.
En teología, Europa se sacia de las doctrinas de Lutero y Calvino, Socino y Arminius. En filosofía el Barroco europeo exalta a Descartes y Bacon, a Leibniz y Newton. En filosofía jurídico-política sus maestros son Maquiavelo y Hobbes, Locke y Spinoza. La Monarquía Católica o Monarquía Hispánica respondió: en teología, Santo Tomás y San Agustín, junto a Escoto en menor medida; en filosofía, la lectura católica de Platón y sobre todo de Aristóteles, según el tomismo; en filosofía jurídico-política, la visión del Aquinate del derecho natural aportada por Francisco de Vitoria y desarrollada por sus discípulos: Domingo Soto, Domingo Báñez y Juan de Santo Tomás. El historiador Maravall35 ha escrito en numerosas ocasiones que esto es conservador. Diríamos, corrigiéndolo, que es la Tradición, esto es, la continuidad de la sabiduría tradicional, el tradicionalismo metafísico, teológico y político hispánico. Todo ello enraizado en el concepto aristotélico de naturaleza (corrigiendo Aristóteles a Platón y precisando Santo Tomás a San Agustín), que es el enraizamiento del devenir en el ser36.
El modernismo, nueva mutación de gnosticismo maniqueo, ¿cómo fue el proceso?

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