VAMOS EN “CAMION”: Pio Luis Acuña (continuación)
Trepidaba el vehículo y avanzaba, pero esta vez más ligero que manotazo de loco. Era que iba a adelantarse a otro camión que podía hacerle la competencia. O sea, que por unos centavos más, casi todos los pasajeros pudimos haber terminado en las acogedoras camillas de la “Morgue”.
Dirigí las miradas hacia un gordo arrellanado en su asiento como un diputado en su cómoda curul. Y algo más empeñado en rozar a su indefensa compañera quien en su rostro expresaba la sensación de que la estaba rozando un porcino con corbata.
Descubrí con la mirada que por el centro de la calle por donde íbamos a pasar existía un enorme bache que el chofer lo lograba distinguir, pues iba discutiendo con un pasajero cuestiones de futbol. Me sostuve como pude. El vehículo dio un enorme salto, que en las olimpíadas internacionales habría merecido el primer puesto. Un Coco cayó en la cabeza de un chiquillo, que lanzó unos berridos que, seguro estoy, los oyeron en Berlín Oriental. El negro pegó su cabeza con la de la señora Guapinol y su marido protestó airado, poniendo de manifiesto sus ideas contra la integración racial; y el negro, por única vez en su vida, se puso blanco.
Pero las cosas se complicaron: una señora con siete meses de embarazo reclamaba que le hicieran la respiración artificial. Detúvose el vehículo mientras descendía la angustiada dama en unión de su marido, quien estaba temeroso de que en aquella calle tan oscura su esposa diera a luz.
Continuará.
Trepidaba el vehículo y avanzaba, pero esta vez más ligero que manotazo de loco. Era que iba a adelantarse a otro camión que podía hacerle la competencia. O sea, que por unos centavos más, casi todos los pasajeros pudimos haber terminado en las acogedoras camillas de la “Morgue”.
Dirigí las miradas hacia un gordo arrellanado en su asiento como un diputado en su cómoda curul. Y algo más empeñado en rozar a su indefensa compañera quien en su rostro expresaba la sensación de que la estaba rozando un porcino con corbata.
Descubrí con la mirada que por el centro de la calle por donde íbamos a pasar existía un enorme bache que el chofer lo lograba distinguir, pues iba discutiendo con un pasajero cuestiones de futbol. Me sostuve como pude. El vehículo dio un enorme salto, que en las olimpíadas internacionales habría merecido el primer puesto. Un Coco cayó en la cabeza de un chiquillo, que lanzó unos berridos que, seguro estoy, los oyeron en Berlín Oriental. El negro pegó su cabeza con la de la señora Guapinol y su marido protestó airado, poniendo de manifiesto sus ideas contra la integración racial; y el negro, por única vez en su vida, se puso blanco.
Pero las cosas se complicaron: una señora con siete meses de embarazo reclamaba que le hicieran la respiración artificial. Detúvose el vehículo mientras descendía la angustiada dama en unión de su marido, quien estaba temeroso de que en aquella calle tan oscura su esposa diera a luz.
Continuará.
