De color naranja, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

Ve a decirle a tu reina que ahora ya sabes trabajar –dijo­ y aquí tienes todas la chaquetitas que nos has hecho. Está llegando el verano y ya no las vamos a necesitar. Llévalas como regalo para las otras abejas, y así se alegrarán de verte. Así que Patoso regresó a ver a su propia reina, y todos se pusieron muy contentos de verlo de nuevo, porque ahora sabía trabajar, ¡y además había traído una chaqueta nueva de terciopelo pardo para cada abeja! A partir de entonces, Patoso recorría los prados recogiendo...
Las hadas están preocupadas por ti, Patoso, porque nos ayudaste a divertirnos. ¿Quieres venir y trabajar para nosotras y aprender a vivir como una abeja? ­ ¡Oh, sí! –contestó Patoso­ ¡Haré cualquier cosa por vosotras si me aceptáis! ¡Estoy tan helado y hambriento…! Y Patoso se fue a trabajar para las hadas. Todo el invierno estuvo haciendo para ellas chaquetitas de terciopelo pardo como la suya, para que estuvieran calientes cuando soplaran los fríos vientos. Pero cuando al fin volvió la primavera,...
No, ­replicó la reina­ ahora no hay nada que hacer. ¡No te dejaremos entrar! –y las abejas cerraron la puerta de la colmena. Así que el pobre Patoso se encontró sin ningún sitio a donde ir. El viento soplaba cada vez más frío, y no había nada en el mundo para comer. Una noche gélida y oscura, en la que se sentía famélico, Patoso se arrastró bajo una hoja muerta, se acostó boca arriba, y así estuvo toda la noche, porque estaba demasiado débil y cansado para darse la vuelta. Estaba casi muerto, y en...
¡Por favor, dejadme entrar, queridas abejas! –pidió­ ¡Estoy helado y hambriento! ­ ¿Dónde has estado, Patoso? –preguntó la reina­ Creímos que a estas alturas ya estarías muerto. ­ No, muerto no –contestó Patoso­. Sólo helado y hambriento. ¡Por favor, querida reina, déjame entrar! ¡Trabajaré para ti todo el día!
Por favor, señora Ardilla! –pidió­ ¡Estoy helada y hambrienta! ¡Por favor, déjeme entrar! Pero la ardilla echó un vistazo por la mirilla de su puerta y no le dejó entrar. ­ ¡Te conozco! –exclamó­ ¡Tú eres la abeja que no ha hecho nada más que bailar con las hadas! Yo he trabajado todo el verano y ahora tengo un montón de nueces para comer. ¿Por qué no trabajaste tú también? –y le cerró la puerta en las narices. Luego, como no se le ocurría nada mejor, Patoso volvió a la colmena y llamó a la puerta.