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PUERTOLLANO: Es que fueron muchas horas por el cerro y sus escondites,...

NUESTRA SEÑORA DEL ENEBRO

Puertollano acusa en su pasado una fuerte y decidida linea religiosa a través de todos sus acontecimientos históricos, a los que van engarzados de forma indisoluble, ya que de ellos son principales intérpretes, los nombres de muchos varones de aquella estirpe de hidalgos de limpios linajes de Puertolano, que con sus hechos y con sus conductas sembraron la semilla de la virtud cristiana, da hasta formar las hondas raices de una tradición secular que enorgullece a todos sus descendientes.

El signo de las Ermitas de San Sebastian y de Santa Ana, en lo más alto de los cerros de sus mismos nmbres, ya pregonaban al viajero que se acercaba a la pequeña Villa, el sentimiento primordial de los corazones de sus sencillos y nobles moradores, y apenas pisado lo más llano del puerto, en el ángulo de unión de las carreteras de Argamasilla y Almodovar, saludaba al visitante, o pasajero, un Calvario de la Cofradía de la Vera Cruz, con tres grandes cruces, y debajo de ellas una capilla en la que se podía decir Misa.

El corto espacio que nos es concedido para este trabajo nos impide dedicar las lineas necesarias para glosar todos estos lugares sagrados donde los puertollanenses dedicaban su alma y sus obras al Todopoderoso. Ellos se merecían nuestra atención en sucesivos trabajos.

Hoy hemos detenido nuestro pensamiento ante los dudosos vestigios del lugar donde pudo alzarse la Ermita de Santa Ana, o de Nuestra Señora del Enebro. En este paraje silente, rodeado de pétreas rocas, buscamos anhelantes el sagrado y querido lugar... El corazón romántico, evocador de cosas bellas, nos dice que fue aquí, en este pequeño anfiteatro, donde estuvo la Ermita, y más la a la izquierda, el fuerte o castillo de una familia ilustre de la Villa... Esta regular profundidad que hay a nuestros pies fue, sin duda, aquel inagotable algibe de donde bebían los ermitaños, los penitentes y los romeros. Y aquí, a la derecha, el Humilladero, y debajo de él una cueva pequeñita, bella como un estuche, donde se apareció la imagen de Santa Ana. Temblando de emoción acaricio con mis manos la silícea concavidad, la oquedad de piedra entre cuyas hendiduras brillan como lágrimas purísimas las diminutas y hermosas figuras geométricas donde cristaliza el cuarzo. La preciosa y rústica hornacina está vacía. Siento angustia en el alma y miedo en el corazón. Es el miedo al vacío, a la soledad... Un sordo rumor de algo que acecha arratrándose turba mis oidos, y al volver la cabeza quedo petrificado por el pavor. Allí, a pocos centímetros de mis zapatos, un reptil de regulares dimensiones se arrastra galbanoso, indiferente a mi presencia. Pasa ante mí el repugnante vertebrado e hipnótico le sigo con los ojos, hasta que le veo detenerse y enroscarse después entre las secas raices de un mustio enebro. Noto que me zumban las sienes, mientras un sudor frio invade mi cuerpo. He de sentarme sobre una de aquellas piedras próximas al lugar donde apareció la imagen de Santa Ana, cubriendo mis ojos con ambas manos. Sueño despierto en la triste realidad de la bella historia de Nuestra Señora del Enebro. Aquellas exhaustas raices, sin savia, sin vida, que secó la ambición de un ermitaño, son las antaño exuberantes del enebro milagroso que destilaba, pródigo, todo el aceite que era menester para alimentar constantemente la lamparilla encendida en la abovedada capilla ante la imagen de Santa Ana, y que se secó un dia que el ermitaño vendió el aceite dejando la lámpara sin encender. ¿Y ese reptil?. Ese reptil es el alma de aquel ermitaño condenado eternamente a arrastrarse por aquellos lugares en espera de que al germinar nuevamente el enebro sea salvada su alma ambiciosa y egoista. ¿Y esa larga procesión de hombres y mujeres que en hileras silenciosas bajan hacia el pueblo llevando cada uno en sus manos pequeños trozos de enebro?. Son los vecinos de la Villa que enterados del milagro, se los llevan a sus casas antes que acabe de agotarse para siempre, y lo conservarán para eterno recuerdo de como castiga el Creador a la ambición desmedida y al lucro insensato.

Me incorporo. Desde la angostura del puerto a mis pies llegan alegres sonidos de broncíneas campanas que repiquean cantarinas y gozosas. La Señora de la Ciudad, la Patrona querida, se apresta risueña a realizar su anual y triunfasl visita a las calles de la Ciudad repletas de fieles que la aclaman sin cesar.

El reptil duerme indiferente a la fausta fecha, y allí queda enroscado insensible a la aciión perseverante del tiempo, como símbolo eterno de la maldad roedora de los espíritus infernales, aferrada a las raices del enebro milagroso que causó su tentación. Mientras allá abajo la Virgen de la Divina Gracia sonríe jubilosa a sus hijos, cuyos antepasados fueron atemorizados testigos de aquel inolvidable episodio del Enebro de Santa Ana

Blas Adánez Jurado

Según estaba leyendo esta historia me había trasladado hasta el cerro de Santa Ana, estaba allí en la chimenea cuadrá donde dicen que estaba la hernita, también veía con nitidez la concavidad que relata y que seguro si se trata el antiguas aljibe donde los peregrinos bebían, hasta he visto los cristales de cuarzo y calcita que allí existen y que de pequeño yo iba a buscar…. en fin que me ha gustado hacer ese viaje en el tiempo….

a mi me hubiera gustado haberlo hecho en su momento, si alguna vez lo hice ni lo recuerdo, me ha servido un poco de historia pero me falta la realidad, como tu la recuerdas

Es que fueron muchas horas por el cerro y sus escondites, también es cierto que me acuerdo a veces mas de lo antiguo que de lo moderno…