DIA DE PESCA
Borrosos recuerdos por el pasar de los años, yo era solo un niño y los hechos sucedieron a principio de los años 60, el escenario el Pantano del Montoro, el enclave una de las múltiples colas.
Junto a mi padre y con la “moto” marca y modelo OSSA 125, el caso es que cruzábamos la presa y luego de de unos caminos llegábamos a la antigua carretera, ella nos conducía hasta el mismo agua y lugar predilecto por la gran abundancia que de vida en ella se encontraba.
La caña de tres piezas y de bambú, el carrete sencillo y rudimentario, nada que ver con los modernos y sostificados que ahora yo mismo utilizo, un delgado sedal de pesca y un anzuelo, el cual en alguna ocasión me tengo pinchado, un bote de lombrices y la pesca estaba asegurada.
Los barbos, las bogas y pardillas se van sucediendo y yo me siento el más hábil de los pescadores, con mi diminuta cesta de mimbre colgada al hombro camino sobre la orilla con cuidado de no hacer ruido para no asustar a los peces, procuro hacerlo tal como mi padre me había dicho muchas veces, el sigilo y la paciencia siempre dan su fruto, aunque en esta ocasión serian peces.
Delante de mí, como si de un espejo se tratara, la orilla de enfrente reflejada en la tranquila y cristalina agua, me observa risueña.
Borrosos recuerdos por el pasar de los años, yo era solo un niño y los hechos sucedieron a principio de los años 60, el escenario el Pantano del Montoro, el enclave una de las múltiples colas.
Junto a mi padre y con la “moto” marca y modelo OSSA 125, el caso es que cruzábamos la presa y luego de de unos caminos llegábamos a la antigua carretera, ella nos conducía hasta el mismo agua y lugar predilecto por la gran abundancia que de vida en ella se encontraba.
La caña de tres piezas y de bambú, el carrete sencillo y rudimentario, nada que ver con los modernos y sostificados que ahora yo mismo utilizo, un delgado sedal de pesca y un anzuelo, el cual en alguna ocasión me tengo pinchado, un bote de lombrices y la pesca estaba asegurada.
Los barbos, las bogas y pardillas se van sucediendo y yo me siento el más hábil de los pescadores, con mi diminuta cesta de mimbre colgada al hombro camino sobre la orilla con cuidado de no hacer ruido para no asustar a los peces, procuro hacerlo tal como mi padre me había dicho muchas veces, el sigilo y la paciencia siempre dan su fruto, aunque en esta ocasión serian peces.
Delante de mí, como si de un espejo se tratara, la orilla de enfrente reflejada en la tranquila y cristalina agua, me observa risueña.
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