Buenos días Loli, me ha emocionado y he llorado por tu narración, fijate que yo escribo cosillas, pués creeme, que soy incapaz de escribir nada sobre éste tema ni nada que se le parezca y bién que lo siento, porque teniendo las referencias de primera mano y con los años que llevamos con ello, mira si tendría tema amplio, pero por más que lo intento no me sale nada, me da la congoja y solo, me sale llorar. Bueno voy aponer algo que escribí relaciondo con la zona de la residencia, pero que nada tiene que ver con lo otro, saludos y que os guste. enriqueta
DESCUBRIENDO RINCONES
Había pasado por este sitio mil veces, se trata de la Glorieta España, para situarnos; es donde está la Residencia de ancianos “El Poblado”.
Nunca me había parecido tan bella como aquella tarde: El sol ya estaba dando sus últimos rayos y ese resplandor rojizo hacía que los árboles tuvieran distintos tintes por el otoño.
Yo entraba por la calle Baleares, ésta es paralela a la carretera que va a Repsol. Desde ese punto, el panorama que tenía frente a mí era impresionante. A la izquierda en la parte alta, está la Residencia, con su fachada ocre, a la que el sol en esos momentos le daba un color más dorado, haciendo al mismo tiempo que sus cristaleras parecieran espejos en las que se reflejara.
Ya abajo, en la glorieta, las altas palmeras movían sus palmas en la altura, como desafiando al otoño, bailando elegantes y risueñas.
En el centro la fuente, los surtidores hacían la música, acompasada, cantarina.
Frente a mí, allá, más al fondo, los árboles de hoja caduca de distintas especies y tonos, estaban ya casi desnudos, el aire mecía las pocas hojas que les iban quedando, y estas daban a aquellos rayitos de sol su última despedida, su triste adiós lloroso y definitivo, cual moribundo que sabe que al día siguiente no los van a volver a ver.
Al contrario que los fuertes y altos eucaliptos, que parecen columnas de Hércules, a las cuales ni el frío ni el calor les afecta. Estos se mantienen verde todo el año, dándoles cobijo a los cientos de pájaros que ellos acogen y los mecen al ritmo del viento, y cuando es suave, el ruido de sus hojas, les canta una nana.
Son cosas de la naturaleza, que no entenderemos. Aunque las vayamos viviendo otoño a otoño, no dejarán de sorprendernos.
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