El método triunfa en los misterios, ese resumen del evangelio tan preciso como libre, en esa contemplación del Dios hecho Hombre, “en todo semejante”, en formato tolerable, de ejemplar humano imitable: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Del método deberíamos subrayar la plasticidad del guión evangélico que se acomoda a todos los grados de preparación cultural, intelectual, sensitivo, pasional. El Rosario, rebosante de trascendencia y atendible a diario, permite activar el doble misterio del Dios que se revela y del sujeto humano que lo recibe. En esa conjunción se da la profundidad humana, la profundidad que Simone Weil consideraba propia de todos y que consiste en entrar dentro de sí y prestarse atención. La oración con su profundidad personal, y posibilidad para la contemplación, es insustituible en la fe.