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ALDEA DEL REY: Estimada y gentil aldeana (pienso que es usted la que...

Estimada y gentil aldeana (pienso que es usted la que me ha respondido):
Celebro enormemente que haya conocido una buena vida. Por desgracia, yo puedo darle muchas lecciones acerca del desprecio. No sé lo joven que es usted, pero le aseguro que hace treinta años en este pueblo el desprecio era una planta que crecía fecunda por sus calles. Y era un sentimiento ciertamente contagioso. Le aseguro que nada hay más desolador que el que te desprecien sin motivo aparente. En mi caso, simplemente porque era de apariencia débil, no tenía personalidad ninguna ni redaños para responder a la violencia física o moral. Así fue hasta bien talludito. Al árbol caído todos arremeten. Mi refugio eran los libros; al menos los problemas pertenecían a otros personajes mientras estaba sumido en la lectura.
Con todo y con eso, mi caso no fue de los peores. Por la cola de los setenta, pude percibir el desprecio sin rebozo que una parte del pueblo tributó al travestí conocido como la "Sonia". Le sometían a un escarnecimiento que no es para descrito. Le acompañaban a todas partes en procesión, vejándola, escupiéndola y azotándola sin disimulo alguno. Yo temía que a mí me podría pasar algo similar; era el precio que había que pagar entonces y en este pueblo por ser distinto. Y ni que decir tiene que ante semejantes espectáculos me sentía avergonzado de ser aldeano.
Era duro tener que pasar las fiestas patronales de septiembre escondido en la azotea, porque sabía que en cuanto asomase la ceja por las calles comenzarían los insultos, los abucheos y las vejaciones. Y todo me lo guardaba para mi sayo, pues me era muy sensible que mis cercanos se dieran cuenta de lo piltrafa y alfeñique que estaba hecho.
Acaso ahora siguiese refugiándome en la azotea, pero puedo decir que las ansias de venganza y la envidia no son rasgos que adornen mi carácter. Lo que Dios me ha dado en la vida; éso es lo que he conseguido. Y aún me asombro que usted me haya ofrecido su amistad, la cual aprecio bien que en modo alguno la merezca.
Que Dios la conserve tan buena y tan “lorito” como cuando era pequeña. Y gracias por ser esa golondrina que consigue ella sola arrastrar tras de sí al verano. Gracias de verdad por haberme enseñado cómo debería ser el resto de mi vida, pese a todas mis flaquezas.
Suyo siempre,
El jardinero de las nubes.