En los añejos días de cierzo de hostigo, muy pocas mujeres iban al lavadero de la Higuera y por eso no había peleas por ocupar la Loba y la Tarima, que eran a la sazón las mejores piedras para lavar. Las ancianas advertían a las jóvenes que no salieran cuando soplaban vendavales, pues el Judío Errante estaba pasando.
Aquí es necesario acudir a la leyenda: érase una vez un carpintero de Jerusalén que tenía su taller en la misma Vía Dolorosa. Era muy pobre, y aunque no se concedía respiro en su trabajo, no podía subvenir a las necesidades de los suyos. Por eso su carácter se tornó huraño e irritable. Un día entró en su taller el mismísimo Jesucristo, camino del Calvario. Le rogó encarecidamente que le permitiera sentarse en un escabel que allí había, pues sufría mucho y estaba agotado. Entonces el carpintero, que jamás había conocido la piedad de nadie, le dijo que siguiera andando. A esto, Jesús le respondió que sería él quien no dejaría de andar por el mundo, sin conocer la muerte, hasta la segunda venida de Nuestro Salvador. Y así fue y seguirá siendo hasta el fin de los siglos.
En la literatura aparecen muchas referencias al Judío Errante. Que yo haya leído: "El Judío Errante", del francés Eugenio Sue (Vicente Blasco Ibáñez hizo un plagio perfecto de este libro en su novela "La araña negra"); "El mártir del Gólgota", del alicantino Enrique Pérez Escrich; "El manuscrito hallado en Zaragoza", del polaco Jan Potocki; y "Cien años de soledad", del colombiano Gabriel García Márquez.
Se solía pensar que la aparición del Judío Errante venía precedida por fuertes vendavales, y que a su paso iba arrastrando la plaga del cólera. Por eso, resultaba fácil saber en qué barcos pasaba de un continente a otro y cuál era su ruta, simplemente siguiendo los estragos del cólera. En "Cien años de soledad", se habla de los tiempos del cólera en Colombia, asociándolos con el paso del Judío Errante.
Preguntad a vuestras abuelas por qué no salían de casa los días que había cierzo de hostigo.
El jardinero de las nubes.
Aquí es necesario acudir a la leyenda: érase una vez un carpintero de Jerusalén que tenía su taller en la misma Vía Dolorosa. Era muy pobre, y aunque no se concedía respiro en su trabajo, no podía subvenir a las necesidades de los suyos. Por eso su carácter se tornó huraño e irritable. Un día entró en su taller el mismísimo Jesucristo, camino del Calvario. Le rogó encarecidamente que le permitiera sentarse en un escabel que allí había, pues sufría mucho y estaba agotado. Entonces el carpintero, que jamás había conocido la piedad de nadie, le dijo que siguiera andando. A esto, Jesús le respondió que sería él quien no dejaría de andar por el mundo, sin conocer la muerte, hasta la segunda venida de Nuestro Salvador. Y así fue y seguirá siendo hasta el fin de los siglos.
En la literatura aparecen muchas referencias al Judío Errante. Que yo haya leído: "El Judío Errante", del francés Eugenio Sue (Vicente Blasco Ibáñez hizo un plagio perfecto de este libro en su novela "La araña negra"); "El mártir del Gólgota", del alicantino Enrique Pérez Escrich; "El manuscrito hallado en Zaragoza", del polaco Jan Potocki; y "Cien años de soledad", del colombiano Gabriel García Márquez.
Se solía pensar que la aparición del Judío Errante venía precedida por fuertes vendavales, y que a su paso iba arrastrando la plaga del cólera. Por eso, resultaba fácil saber en qué barcos pasaba de un continente a otro y cuál era su ruta, simplemente siguiendo los estragos del cólera. En "Cien años de soledad", se habla de los tiempos del cólera en Colombia, asociándolos con el paso del Judío Errante.
Preguntad a vuestras abuelas por qué no salían de casa los días que había cierzo de hostigo.
El jardinero de las nubes.