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ALDEA DEL REY: Siempre recordaremos aquella tarde de otoño ignífugo...

Siempre recordaremos aquella tarde de otoño ignífugo en la playa del Sardinero. Te vi caminar descalza sobre la arena. El sol paupérrimo arrancaba débiles destellos a tus cabellos de ébano. Las gaviotas planeaban entre nubes de lluvia, y las olas desplazaban hermosas conchas marinas.
Yo tenía mi mirada perdida en la mar. Te aproximaste a mi vera, y vi perlas en tus dientes, corales en tus labios y esmeraldas en tus ojos. Dejamos que la tierna pleamar engullera nuestros pies. El anciano paseante se nos quedó observando desde el balcón del promontorio de los jardines de Píquio, viendo cómo las olas rompían debajo de nosotros.
Doncella de Suances, en la playa del Sardinero dejé mis brazos colgando, dejé mis labios secos y despegué mis ojos de los tuyos. Oí el murmullo de decepción que compuso tu respiración, y te anduve buscando por los sueños de ese otoño marino. Tomé una caracola de la arena, puse aire en ella y su bramido se oyó hasta la península de la Magdalena.
Entonces ya no estabas allí. Te vieron caminar por los jardines de Pereda, y te perdieron el rastro tras los arcos de la Plaza Porticada.
Iré a buscarte, doncella de Suances. Bajaré hasta la playa, y allí formaremos una sola sustancia con las espumas del Cantábrico.
El jardinero de las nubes.