Ya se yerguen en el aire las hogueras de la primera noche de verano. ¿No esperaríais que yo me sintiera afligido conociendo vuestra alegría? Pero estoy al otro lado del muro, y busco a Dios en-tre los árboles del monasterio.
En mi oratorio privado se me descubre la dicha de aquellas fechas de junio de mi juventud. Los días interminables, las flores pi-diéndole clemencia al sol abrasador... Esas hogueras, como las que estáis contemplando en este nuevo solsticio.
Yo piso los portales del verano en esta soledad llena de la presencia de Dios. No necesito muros que me oculten el gozo de vuestras vidas, la visión de los hijos que el cielo os ha concedido como bienes preciados. Necesito animaros a que sigáis llevando adelante el espíritu de las naciones.
Dios amado, presente en el viento que mece las hojas, ellos no pueden oírme. Yo sí que puedo ver la humareda que levanta su fogata de San Juan. Estamos los dos solos: Tú y yo. ¿Se fijan los pája-ros en nuestra quietud?
Señor, ¿por qué será que toda grande empresa se nutre prin-cipalmente de soledad?
El jardinero de las nubes.
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En mi oratorio privado se me descubre la dicha de aquellas fechas de junio de mi juventud. Los días interminables, las flores pi-diéndole clemencia al sol abrasador... Esas hogueras, como las que estáis contemplando en este nuevo solsticio.
Yo piso los portales del verano en esta soledad llena de la presencia de Dios. No necesito muros que me oculten el gozo de vuestras vidas, la visión de los hijos que el cielo os ha concedido como bienes preciados. Necesito animaros a que sigáis llevando adelante el espíritu de las naciones.
Dios amado, presente en el viento que mece las hojas, ellos no pueden oírme. Yo sí que puedo ver la humareda que levanta su fogata de San Juan. Estamos los dos solos: Tú y yo. ¿Se fijan los pája-ros en nuestra quietud?
Señor, ¿por qué será que toda grande empresa se nutre prin-cipalmente de soledad?
El jardinero de las nubes.
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