Te he visto, noche suspirada, descender desde lo alto de esa nube de Italia. He oído tu pálpito al deslizarte entre las ramas de invierno. Me has traído junto a tu corazón.
¡Oh noche, que engendraste mi sueño de amor! ¿No hay amor humano que pueda saciar tanta hambre de sentimientos, tanto anhelo de grandeza? No hay alas de águila ni fauces de león. No oirás de mis labios el canto del cisne; antes bien escucharás el estridular de un grillo.
En ti ansío mi refugio, noche blanca de luna.
Y caminando por este páramo sombrío acierto a aspirar el perfume de tu esperanza.
Deja que tu mar me envuelva con sus olas, y que en su abrazo renazca la flor que una vez fue mi alma.
El jardinero de las nubes.
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¡Oh noche, que engendraste mi sueño de amor! ¿No hay amor humano que pueda saciar tanta hambre de sentimientos, tanto anhelo de grandeza? No hay alas de águila ni fauces de león. No oirás de mis labios el canto del cisne; antes bien escucharás el estridular de un grillo.
En ti ansío mi refugio, noche blanca de luna.
Y caminando por este páramo sombrío acierto a aspirar el perfume de tu esperanza.
Deja que tu mar me envuelva con sus olas, y que en su abrazo renazca la flor que una vez fue mi alma.
El jardinero de las nubes.
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