LUEY: La nave es el cuerpo principal de la iglesia, donde...

La nave es el cuerpo principal de la iglesia, donde se concentran los asistentes porque aquí es donde se realizan las celebraciones religiosas.
Preside, como es lógico, un sagrario con una lamparilla permanentemente encendida, día y noche, para indicar la presencia viva de Jesucristo en la Eucaristía, el Vecino de honor, cercano y amable, de todos los habitantes. Él está siempre a la espera.
Qué pasaría si un día el párroco nos dijera: “el Señor Jesucristo pasa todos los días y todas las noches en el centro del pueblo, acompañando a todos los habitantes, velando su descanso, contemplando con ojos amigos a los que pasan por la puerta de su “casa” sin que nadie se detenga un momento, al menos con el pensamiento, y le salude como se saluda a cualquier otro familiar o amigo. Por tanto, he pensado retirar el Santísimo Sacramento y dejaron sin esa presencia rica y misteriosa. ¿Cuál sería la reacción de la gente?
Voy a imaginar una escena con un poco de fantasía. Juzgad vosotros si es posible que se parezca a la realidad.
<<Son las 8 de la mañana. La gente ya ha iniciado sus faenas o está desperezándose, dejándose invadir por el olor del desayuno que alguien está preparando en la cocina. Juan sale de casa. Saluda al hombre que ya lleva unos minutos sentado a la puerta de casa; se cruza con una mamá que lleva a su hijo al autobús escolar. La película del día ha comenzado a girar su filmación. Observo que la gente comparte y entrecruza miradas o palabras y saludos. Sólo hay un Vecino, acaso uno solo, que pasa desapercibido: está allí atento a las prisas de unos, a la tranquilidad de otros; invisiblemente se coloca gozoso al lado de los que van alegres, y acompaña la tristeza de quienes están tristes. Nadie se ha dado cuenta, ni le ha saludado, nadie se ha detenido un segundo con él; se diría que es “el gran Desconocido e ignorado”, a pesar de ser el que más tiempo lleva en el pueblo, o digamos, uno de los que más tiempo lleva viviendo allí mendigando amistad y dándola a manos llenas. Algunos sí lo saben, pero no se dan cuenta: otros lo saben pero no les importa. Es, nada más y nada menos que Dios mismo. Es el que más ha hecho por mí, sin alardes, sin presumir ni pedir nada a cambio.
Todo esto se ve desde la nave de la iglesia donde se oye la soledad, se palpa cierta indiferencia. ¡Con lo buena que desea ser esta gente! Pero ya se ha acostumbrado a vivir lejos de esto Vecino tan cercano; tan acostumbrados que no siquiera se dan cuenta de que lo están.
Alguien llega, saca una llave y abre la puerta. Entra dentro y vuelve a entornar para que no entre el frío. Alguien que lo ha visto piensa (o dice) “ ¿Qué tendrá que hacer ahora este cura, si no hay misa?”. El cura avanza por la nave hasta llegar adelante, se arrodilla un momento y dice (o piensa): Jesús pienso que te sentirás solo y he venido a presentarte este pueblo trabajador y honrado; a visitarte en nombre de los ancianos (mitígales sus dolores y su soledad), en nombre de los niños (alegra siempre su corazón y sigue bendiciéndoles como lo hacías por las tierras de Palestina), en nombre de los y las jóvenes enamorados y decididos (pon en sus corazones y en sus mentes grandes aspiraciones y proyectos de futuro para que no quemen su vida y la conviertan en estériles cenizas de aparente placer), en nombre de los padres y madres de familia, de los parados, de los desanimados, de los ilusionados con la vida (dales serenidad de ánimos, acierto en sus decisiones, nobleza de sentimientos, deseos de colaboración, de paz y de justicia).
El cura se levanta, hace una genuflexión y emprende su marcha para nuevas tareas y otros lugares. La nave de la iglesia permanece nuevamente en soledad, y Jesús, en espera de alguien que le diga sencillamente: “ ¡buenos días!”.