COMILLAS: Historias...

Historias

Según una versión más o menos legendaria, Comillas fue en principio la playa a la que iban los balleneros de San Vicente a despedazar las piezas cobradas. Este improbable origen con sabor a Nantucket no impide que sobre los veraneos de la villa, tan cercanos a la Santander de los «baños de ola» con cinturón de calabazas de Alfonso XIII, haya recaído desde hace mucho tiempo un cliché aristocrático. Como si Comillas fuera un trasunto de Brideshead en el que uno no dejara de cruzarse por la calle con nobles vestidos con jersey de pico que volvieran de jugar al bádminton.

Los naturales de Comillas, cuya simpatía hay que merecer, llaman a los veraneantes «papardos», por un pez estacional que devora cuanto puede y luego desaparece. Este término, papardo, ahora más generalizado, antaño sí contenía un reconocimiento a los veraneantes clásicos. Porque es cierto que las relaciones del marqués de Comillas con la ilustrada burguesía catalana no sólo atrajeron al principio a un puñado de familias de abolengo que aún frecuentan el pueblo. Sino que lograron que fuera en Comillas donde Gaudíconstruyera una de sus pocas obras fuera de Cataluña: esa casa de Hansel y Gretel que es El Capricho, cuya torre emerge como un periscopio entre la arboleda que comparte con el palacio neogótico. Las autovías de reciente construcción han llenado Comillas de un paisanaje nuevo y más diverso, a veces de aluvión, en el que predomina la clase media vizcaína por la que han sido construidos los anillos de chalés adosados de la periferia.

Ahora entiendo mucho mejor a mi vecina, la de Comillas.