Tenía por costumbre, una de aquellas mujerucas nacidas en la segunda mitad del siglo XIX, el sentarse en un camino a leer un libro de enormes letras que hablaba sobre las vidas de los santos y sus milagros.
Pasaba en una de aquellas tardes cálidas de julio una sobrina por su lado camino de las labores de la hierba y observando lo ensimismada de la ancianuca le preguntó:
_"Tia, ¿qué es lo que está liendo con tantu interés?, ¿no se sabe usted ya de memoria el libru?_".
Sin levantar la cabeza le respondió:
_"Pos aqui estoy recreando la vista en la vida de los santos para alimentar el alma...que el cuerpu ya me lu alimenta Franco"_.
(Por aquellos años habían empezado a cobrar por primera vez una pequeña paga subsidiaria que les venía "como caída del cielo").
Pasaba en una de aquellas tardes cálidas de julio una sobrina por su lado camino de las labores de la hierba y observando lo ensimismada de la ancianuca le preguntó:
_"Tia, ¿qué es lo que está liendo con tantu interés?, ¿no se sabe usted ya de memoria el libru?_".
Sin levantar la cabeza le respondió:
_"Pos aqui estoy recreando la vista en la vida de los santos para alimentar el alma...que el cuerpu ya me lu alimenta Franco"_.
(Por aquellos años habían empezado a cobrar por primera vez una pequeña paga subsidiaria que les venía "como caída del cielo").