Imagen en la capilla de los Dolores, ICOD DE LOS VINOS

EL PANTEÓN DE LOS MENCEYES GUANCHES DE ICODEN. Descendiendo por una cuesta empinada hasta las afueras del pueblo, caminamos hacia el mar hasta que llegamos a un terreno abrupto, desnudo y sin cultivar y cubierto de rocas y piedras, de hecho, un malpaís, en cuyo centro descubrimos una cabaña que pertenecía a un viejo. Dos muchachos que ayudaban al hombre con su pequeña granja, se sentaron con Lorenzo frente a la casa y comenzaron a partir trozos de pino para usar como antorchas. También nosotros nos sentamos y admiramos la vista, que se merecía una casa mejor que esta cabaña. Delante se mecía una palmera y a lo lejos se divisaba el mar. Junto a la cabaña había varios pequeños montones de piedras sobre los que habían colocado jarros llenos de agua. La escena era novedosa y pintoresca: los muchachos con las piernas descubiertas y pantalones y camisas blanco, el viejo, rudo y desaseado, la resinosa madera de pino atada en manojos con junquillos verdes, los jarros rojos de agua, un gato persiguiendo un lagarto, detrás el Teide y delante el mar azul. Tuvimos cierta dificultad para encontrar la entrada de la cueva, que desciende verticalmente en la tierra. Una losa de piedra, similar a muchas otras de los alrededores, cubre la entrada, que tiene unos cuatro pies de ancho por dos y medio de alto. Nos deslizamos dentro por la estrecha abertura y, con las antorchas de pino encendidas, avanzamos en el orden siguiente: unos de los muchachos iba primero con una antorcha, después Lorenzo, con otra que mantenía a nuestros pies mientras caminábamos a tientas tras de él, y el otro muchacho con una antorcha cerraba la comitiva. Tras avanzar una distancia corta, unas quince yardas, la cueva se desviaba de repente a la izquierda y bajaba bruscamente. El suelo estaba nivelado durante un tramo, tras el cual volvía a descender de forma continua a la vez que el techo se elevaba, formando varias cámaras abovedadas de veinte pies de altura.
(10 de Julio de 2019)