Un
caballo pasó por su
cuenca minera, borracha y dinamitera
tiñendo de marrón la roja sangre, de su puro corazón
y hoy te dedico este canto, casi entre dolor y llanto, a la gente que cayó.
A mis veinticuatro primaveras, mucho viajé por el mundo
y si el comparar no es justo, diré que no hay comparación
pues no hay mejor sensación, que respirar bien profundo
cuando pases el negrón.
Contemplar sus verdes prados, resguardarme en sus
tejados
de su orbayu agotador
y hacer caso a don pelayo,
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