Unas jovencitas tiritaban de frío, tras la gran mojadura que habían recibido, voluntariamente, en la
Fuente de Begoña (la conocida como el Anzuelón). Varios muchachos saltaban y coreaban himnos deportivos eufóricos y alegres, tras la ingesta de alguna botellina de
sidra ó calimocho. Las baldosas del
Paseo de Begoña estaban mojadas y según te alejabas de la fuente, podías seguir las huellas de los pies empapados de
agua de la gente. El
reloj marcaba las once de la
noche.
¡Mañana en la
tienda, les fabes bajen de preciu!