Muchos se acordaran de aquel fotógrafo, que se situaba detrás del Palacio de La Lonja. Con un caballo de cartón y madera, provisto de una cámara fotográfica (que más bien parecía, un cajón) apoyada sobre un trípode y metía la cabeza, casi dentro de la cámara, tapándosela con un trapo negro. Al mismo tiempo que hacía la fotografía, se producía un fogonazo, que más bien parecía la explosión de un petardo, de esta manera conseguía sacar la foto, con más o menos nitidez. Esto era la delicia de los niñ@s...